EL
REINO DE LOS CIELOS
El
presente estudio se publica con el objetivo de que el creyente pueda entender
lo que es el Reino de los cielos, y lo que éste implica. En este estudio estaremos abordando temas
tales como: La definición del reino de los cielos, Su extensión, Los
beneficiarios de ese reino, Lo que implica ser parte de ese reino, Los valores
del reino, así como otros tópicos importantes relacionados con el reino de los
cielos.
DEFINICIÓN
DE REINO
Dado que en
la actualidad son pocos los reinos que aún subsisten en el planeta, y que no vivimos bajo reinos terrenales que nos den una comprensión de
hecho de lo que es un reino, y de lo que éste implica. Eso hace que no podamos comprender claramente lo que nos comunica la palabra de Dios cuando nos habla del Reino de Los Cielos. Es por ello que antes de comenzar a hablar del Reino de los Cielos es conveniente definir lo que es un reino.
Un reino, pues, es una extensión física o un ámbito donde la autoridad de un rey se manifiesta, y en donde todas las cosas se ven afectadas por el poder y dominio del rey, estableciéndose su voluntad a través de sus leyes, normas y decretos. Y dicho mas simplemente, reino es un lugar donde reina un rey. Y aplicado esto a lo que es el reino de los cielos, podemos decir que, EL REINO DE LOS CIELOS es el establecimiento del gobierno de Dios, el ámbito donde se establece el reino de su voluntad.
LA CAUSA DE LA INJUSTICIA QUE REINA EN EL MUNDO
Al comienzo de la humanidad Dios comisionó al hombre para que éste fuera un gobernador que cuidara de mantener el cumplimiento de la voluntad de Dios en la tierra. Dicho de otro modo, Dios planeó establecer su reino en la tierra a través del hombre haciéndolo gobernante sobre toda la demás creación, y para que éste fuera una extensión de Dios mismo. De esto podemos encontrar referencias en el primer libro de La Biblia: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra" (Génesis 1:27,28). El hombre, pues, debía gobernar la tierra como si Dios mismo estuviera ejecutando su gobierno, como si Dios mismo estuviera reinando sobre la tierra. Y en eso estaría asegurada la dicha del ser humano, ya que el mundo sería gobernado con las virtudes de Dios: El mundo sería un lugar en el que reinaría la justicia y el amor, dando como resultado un mundo de paz, de amor y de perfección moral. Ésa fue la la voluntad de Dios para el ser humano y para este mundo en que vivimos. Pero la realidad actual está tan lejos de ese deseo de Dios al punto punto de que es la injusticia la que ha llegado a establecer su reinado.
Nuestro mundo pues, se ha salido del plan inicial de Dios. Y es por ello que, en un modo general, este mundo está fuera del reino de la perfecta voluntad de Dios. Eso ha degenerado en una gran cantidad de calamidades que el ser humano ha venido experimentando a lo largo de su existencia. Esas calamidades que sufre la humanidad son el producto de su alejamiento de la voluntad de Dios. Pero irónicamente, el ser humano cuando está ante las tremendas injusticias muchas veces culpa a Dios por sus desdichas. Son muchas las ocasiones en que, ante la injusticias, en el mundo han resonado estas quejas: "Y dónde está Dios" "Y si Dios existe, porqué hay tanto sufrimiento en este mundo" etc, etc, etc. Pero no es Dios el responsable de nuestras calamidades, sino nosotros mismos, que en nuestro obstinado corazón hemos desechado la voluntad de Dios, y en cambio hemos establecido la nuestra. Pero eso ha causado que ya no sean las virtudes de Dios las que rijan nuestro mundo, sino los mezquinos intereses del ser humano corrupto en el cual impera el egoísmo. Otra cosa muy distinta sería si el hombre al gobernar ejecutara la voluntad de Dios; si Dios fuese quien reinara, dado que Dios es justo por naturaleza, ello implicaría que el reino de su voluntad daría como resultado el establecimiento del gobierno de la justicia. Pero al salirse el hombre del gobierno de Dios, por consecuencia, esto ha desembocado en que el ser humano viva regido por una injusticia imperante. Es por eso que nuestro mundo es un lugar donde hay todo tipo de depravación, inmoralidad, explotación, hambre, guerras, violaciones de toda índole etc, etc. Todo esto nos deja ver que la injusticia reina nuestro mundo.
Ante esa triste realidad del reino de la injusticia que ha echado raíces en nuestro mundo, solo queda buscar con anhelo que la voluntad de Dios sea restituida sobre la humanidad, y que el ser humano anhele la justicia de Dios; que de lo profundo de sus corazones los hombres clamen al Cielo por el establecimiento de su Reino. Eso es lo que Nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado como prioridad de los anhelos expresados en oración a nuestro Padre que está el lo cielos. Veamos: "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mateo 6:9,10). Pero aquellos que anhelan un mundo de justicia son unos pocos. No obstante, a estos pocos El Señor los llama bienaventurados. Y la razón que los llame bienaventurados es porque El saciará a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia; no de una justicia cualquiera, sino de la justicia perfecta, de la justicia de Dios.
Pero se preguntarán cual es plan de Dios para saciar a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia. Bueno, ese plan se llama El Reino de los Cielos.
El establecimiento del reino de los cielos es el establecimiento de la justicia de Dios en este mundo. Así que, si usted desea ser saciado de la justicia perfecta de Dios, usted necesita el reino de los cielos estableciéndose en su vida y en este mundo. Y aunque son pocos los que activamente están buscando con anhelo el establecimiento del Reino de los Cielos, ese profundo anhelo de justicia late en los corazones humanos desde milenios, ya que la justicia es una necesidad ancestral del alma del ser humano, dado que es parte esencial del diseño de Dios para nuestra vida. Y aunque ciertamente hay quienes viven sin ese sentimiento de necesidad de justicia, solo se debe al hecho de que a ellos les ha tocado lo mejor de este mundo. Los pocos que en este mundo no anhelan un mundo mas justo, son aquellos que, amparados a la injusticia, reinan con ella explotando y abusando de los muchos. En cambio, son millones de seres humanos que viven los crueles embates de la injusticia, y es en ellos en quienes late un profundo anhelo de un mundo mejor donde la justicia reine. Y es el reino de los cielos ese mundo mejor donde reinará la perfecta justicia de Dios. Pero aunque son unos pocos los que no viven los embates de la injusticia, y son los mas quienes si son víctimas del imperio de la injusticia, sin embargo, todos somos, en un grado mayor o menor, participante de la injusticia. Pues no solo los que disfrutan de las ventajas de este mundo hacen injusticia, sino que también quienes son víctimas de la injusticia son también victimarios de otros en muchos de sus actos, pues la injusticia se ha instalado no solo externamente, sino que lo ha hecho en el corazón de los individuos; y ya sean ricos o pobres, patronos o empleados, padres o hijos, todos participamos al actuar con injusticia en muchos de nuestros actos para con los demás. Así que el problema del imperio o reino de la injusticia no es una cuestión de tipos de sociedades o tipos de gobiernos que nos rigen, sino que es algo más que eso. Hay quienes han pretendido, y pretenden aún, erradicar el problema de la injusticia a través de tratar de establecer diferentes formas de gobiernos. Es así como algunos propugnan por el capitalismo, y otros por el socialismo; otros optan por el comunismo, y otros por la democracia; otros proponen que gobiernen los ricos, y otros que gobiernen los pobres; otros proponen que gobiernen los blancos, y otros que gobiernen los negros. Otros se levantan en guerras, hacen revoluciones armadas, cambian las ideologías, pero todo sigue mas o menos igual. Pues el problema de la injusticia no es un asunto de ideologías, sino que ésta es un estado del corazón humano. Debemos entender que la injusticia se ha instalado reinante en el mundo por casa del pecado del los seres humanos. Como consecuencia de ello, la muerte, el dolor la amargura y el sufrimiento reinan en el mundo. Y mientras la injusticia siga reinando en el mundo, seremos llevados por los dolores del quebranto a seguir subyugados al imperio de la muerte en todas sus manifestaciones y formas. Pero, qué podemos hacer para revertir ese oscuro panorama de nuestro mundo. Bueno, primeramente debemos entender que el establecimiento de la justicia no es cuestión de encontrar formas de gobernar lo exterior, sino de establecer un nuevo orden en el corazón humano, donde una nueva identidad pueda nacer en su interior, dando paso a un nuevo régimen interior que gobierne benévolamente el corazón. Y eso, solo es posible con el establecimiento del reino de los cielos, primeramente en el corazón, de donde luego, a través de sus acciones para con sus semejantes, se irá estableciendo en su entorno social y físico. De cómo esto es posible, hablaremos a continuación.
Un reino, pues, es una extensión física o un ámbito donde la autoridad de un rey se manifiesta, y en donde todas las cosas se ven afectadas por el poder y dominio del rey, estableciéndose su voluntad a través de sus leyes, normas y decretos. Y dicho mas simplemente, reino es un lugar donde reina un rey. Y aplicado esto a lo que es el reino de los cielos, podemos decir que, EL REINO DE LOS CIELOS es el establecimiento del gobierno de Dios, el ámbito donde se establece el reino de su voluntad.
LA CAUSA DE LA INJUSTICIA QUE REINA EN EL MUNDO
Al comienzo de la humanidad Dios comisionó al hombre para que éste fuera un gobernador que cuidara de mantener el cumplimiento de la voluntad de Dios en la tierra. Dicho de otro modo, Dios planeó establecer su reino en la tierra a través del hombre haciéndolo gobernante sobre toda la demás creación, y para que éste fuera una extensión de Dios mismo. De esto podemos encontrar referencias en el primer libro de La Biblia: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra" (Génesis 1:27,28). El hombre, pues, debía gobernar la tierra como si Dios mismo estuviera ejecutando su gobierno, como si Dios mismo estuviera reinando sobre la tierra. Y en eso estaría asegurada la dicha del ser humano, ya que el mundo sería gobernado con las virtudes de Dios: El mundo sería un lugar en el que reinaría la justicia y el amor, dando como resultado un mundo de paz, de amor y de perfección moral. Ésa fue la la voluntad de Dios para el ser humano y para este mundo en que vivimos. Pero la realidad actual está tan lejos de ese deseo de Dios al punto punto de que es la injusticia la que ha llegado a establecer su reinado.
Nuestro mundo pues, se ha salido del plan inicial de Dios. Y es por ello que, en un modo general, este mundo está fuera del reino de la perfecta voluntad de Dios. Eso ha degenerado en una gran cantidad de calamidades que el ser humano ha venido experimentando a lo largo de su existencia. Esas calamidades que sufre la humanidad son el producto de su alejamiento de la voluntad de Dios. Pero irónicamente, el ser humano cuando está ante las tremendas injusticias muchas veces culpa a Dios por sus desdichas. Son muchas las ocasiones en que, ante la injusticias, en el mundo han resonado estas quejas: "Y dónde está Dios" "Y si Dios existe, porqué hay tanto sufrimiento en este mundo" etc, etc, etc. Pero no es Dios el responsable de nuestras calamidades, sino nosotros mismos, que en nuestro obstinado corazón hemos desechado la voluntad de Dios, y en cambio hemos establecido la nuestra. Pero eso ha causado que ya no sean las virtudes de Dios las que rijan nuestro mundo, sino los mezquinos intereses del ser humano corrupto en el cual impera el egoísmo. Otra cosa muy distinta sería si el hombre al gobernar ejecutara la voluntad de Dios; si Dios fuese quien reinara, dado que Dios es justo por naturaleza, ello implicaría que el reino de su voluntad daría como resultado el establecimiento del gobierno de la justicia. Pero al salirse el hombre del gobierno de Dios, por consecuencia, esto ha desembocado en que el ser humano viva regido por una injusticia imperante. Es por eso que nuestro mundo es un lugar donde hay todo tipo de depravación, inmoralidad, explotación, hambre, guerras, violaciones de toda índole etc, etc. Todo esto nos deja ver que la injusticia reina nuestro mundo.
Ante esa triste realidad del reino de la injusticia que ha echado raíces en nuestro mundo, solo queda buscar con anhelo que la voluntad de Dios sea restituida sobre la humanidad, y que el ser humano anhele la justicia de Dios; que de lo profundo de sus corazones los hombres clamen al Cielo por el establecimiento de su Reino. Eso es lo que Nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado como prioridad de los anhelos expresados en oración a nuestro Padre que está el lo cielos. Veamos: "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mateo 6:9,10). Pero aquellos que anhelan un mundo de justicia son unos pocos. No obstante, a estos pocos El Señor los llama bienaventurados. Y la razón que los llame bienaventurados es porque El saciará a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia; no de una justicia cualquiera, sino de la justicia perfecta, de la justicia de Dios.
Pero se preguntarán cual es plan de Dios para saciar a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia. Bueno, ese plan se llama El Reino de los Cielos.
El establecimiento del reino de los cielos es el establecimiento de la justicia de Dios en este mundo. Así que, si usted desea ser saciado de la justicia perfecta de Dios, usted necesita el reino de los cielos estableciéndose en su vida y en este mundo. Y aunque son pocos los que activamente están buscando con anhelo el establecimiento del Reino de los Cielos, ese profundo anhelo de justicia late en los corazones humanos desde milenios, ya que la justicia es una necesidad ancestral del alma del ser humano, dado que es parte esencial del diseño de Dios para nuestra vida. Y aunque ciertamente hay quienes viven sin ese sentimiento de necesidad de justicia, solo se debe al hecho de que a ellos les ha tocado lo mejor de este mundo. Los pocos que en este mundo no anhelan un mundo mas justo, son aquellos que, amparados a la injusticia, reinan con ella explotando y abusando de los muchos. En cambio, son millones de seres humanos que viven los crueles embates de la injusticia, y es en ellos en quienes late un profundo anhelo de un mundo mejor donde la justicia reine. Y es el reino de los cielos ese mundo mejor donde reinará la perfecta justicia de Dios. Pero aunque son unos pocos los que no viven los embates de la injusticia, y son los mas quienes si son víctimas del imperio de la injusticia, sin embargo, todos somos, en un grado mayor o menor, participante de la injusticia. Pues no solo los que disfrutan de las ventajas de este mundo hacen injusticia, sino que también quienes son víctimas de la injusticia son también victimarios de otros en muchos de sus actos, pues la injusticia se ha instalado no solo externamente, sino que lo ha hecho en el corazón de los individuos; y ya sean ricos o pobres, patronos o empleados, padres o hijos, todos participamos al actuar con injusticia en muchos de nuestros actos para con los demás. Así que el problema del imperio o reino de la injusticia no es una cuestión de tipos de sociedades o tipos de gobiernos que nos rigen, sino que es algo más que eso. Hay quienes han pretendido, y pretenden aún, erradicar el problema de la injusticia a través de tratar de establecer diferentes formas de gobiernos. Es así como algunos propugnan por el capitalismo, y otros por el socialismo; otros optan por el comunismo, y otros por la democracia; otros proponen que gobiernen los ricos, y otros que gobiernen los pobres; otros proponen que gobiernen los blancos, y otros que gobiernen los negros. Otros se levantan en guerras, hacen revoluciones armadas, cambian las ideologías, pero todo sigue mas o menos igual. Pues el problema de la injusticia no es un asunto de ideologías, sino que ésta es un estado del corazón humano. Debemos entender que la injusticia se ha instalado reinante en el mundo por casa del pecado del los seres humanos. Como consecuencia de ello, la muerte, el dolor la amargura y el sufrimiento reinan en el mundo. Y mientras la injusticia siga reinando en el mundo, seremos llevados por los dolores del quebranto a seguir subyugados al imperio de la muerte en todas sus manifestaciones y formas. Pero, qué podemos hacer para revertir ese oscuro panorama de nuestro mundo. Bueno, primeramente debemos entender que el establecimiento de la justicia no es cuestión de encontrar formas de gobernar lo exterior, sino de establecer un nuevo orden en el corazón humano, donde una nueva identidad pueda nacer en su interior, dando paso a un nuevo régimen interior que gobierne benévolamente el corazón. Y eso, solo es posible con el establecimiento del reino de los cielos, primeramente en el corazón, de donde luego, a través de sus acciones para con sus semejantes, se irá estableciendo en su entorno social y físico. De cómo esto es posible, hablaremos a continuación.
EL
REINO DE LOS CIELOS SE HA ACERCADO
Como ya
dijimos, el hombre se ha alejado de Dios, saliéndose de sus propósitos ha caído
en las garras crueles del imperio de la injusticia, la cual no se debe a alguna
forma de gobierno o tipo de ideología, sino que es una condición del corazón
humano. Esa condición del corazón requiere una transformación interior que haga
posible el establecimiento de un nuevo orden donde una nueva identidad nazca en
su interior, la cual sea capaz de gobernar benévolamente el corazón. Pero para
que esto sea posible, es necesario que antes seamos convencidos en nuestro
interior de que nuestro alejamiento de Dios es la causa de nuestra penosa
condición de injusticia. Es necesario que nos demos cuenta que nuestra soberbia
de creer que somos suficientes para gobernarnos bien sin Dios es la causa de
nuestras mayores desgracias. Es necesario darnos cuenta en nuestra conciencia
que hemos cometido un grave pecado delante de Dios al pensar y actuar de esa
manera. Concordante con esto, Dios nos manda a arrepentirnos de nuestros
pecados como una forma preliminar que de paso al establecimiento de su reino en
cada uno de nosotros. Sin duda, Dios quiere establecer su reino en nosotros. El
ha venido estableciendo todo un plan para que eso sea posible, y ese plan es
transformar al hombre injusto en un hombre justo. Pero como el pecado es la causa de toda
injusticia, entonces Dios debe erradicar el pecado del corazón del hombre para
poderlo tornar a la justicia. ¿Cómo es esto posible? Creando un nuevo hombre: Un
hombre justo que cumpla con los requerimientos de Dios, el cual pueda someterse
a la perfecta voluntad de Dios; un hombre en el cual Dios gobierne por entero;
un hombre que sea capaz de engendrar una nueva simiente, una nueva generación
de hombres y mujeres conforme al corazón de Dios, rendidos a su voluntad,
rendidos a su gobierno, en los cuales El pueda reinar y establecer su reino a
través de ellos. Ese nuevo hombre ya fue creado, su nombre es Jesucristo.
Ciertamente el reino de los cielos se ha acercado a los hombres, y la materialización de ese acercamiento del reino de los cielos a los hombres es Cristo Jesús. EL JUSTO es uno de los nombres que las sagradas escrituras asignan a Jesús. Precisamente, es Cristo Jesús la respuesta de Dios al problema de la injusticia en el mundo y en el corazón de los seres humanos. La Palabra de Dios nos dice que Cristo nos ha sido hecho justicia de Dios en nosotros. De cómo esto es posible hablaremos a continuación.
Ciertamente el reino de los cielos se ha acercado a los hombres, y la materialización de ese acercamiento del reino de los cielos a los hombres es Cristo Jesús. EL JUSTO es uno de los nombres que las sagradas escrituras asignan a Jesús. Precisamente, es Cristo Jesús la respuesta de Dios al problema de la injusticia en el mundo y en el corazón de los seres humanos. La Palabra de Dios nos dice que Cristo nos ha sido hecho justicia de Dios en nosotros. De cómo esto es posible hablaremos a continuación.
CRISTO
ES LA MATERIALIZACIÓN REAL DEL REINO DE LOS CIELOS
La
voluntad de Dios es sacar al hombre de la esclavitud y la tiranía de la
injusticia; Dios quiere que toda persona en este mundo sea libre de la
abrumadora carga de la injusticia, que cual sofocante desierto, ahoga las
aspiraciones y anhelos más profundos del hombre de vivir una vida libre de
amarguras y quebranto de espíritu que nos asedian como consecuencia del pecado
que reina en este mundo a través de la injusticia. Dios quiere que tengamos
tiempos de refrigerio. Pero para acceder a esos tiempos de refrigerio debemos
ser consecuentes con la voluntad de Dios para con nosotros. Dios manda que para que esos bienaventurados
tiempos de refrigerio sean derramados sobre nosotros, primeramente debamos
arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos a Dios. Su Palabra nos exhorta
diciendo: “Arrepentíos y convertíos al Señor para que vengan sobre vosotros
tiempos de refrigerios” Es por ello que el primer mensaje de exhortación que
nos hace Cristo para poder entrar al reino de los cielos es éste: “Arrepentíos
porque el reino de los cielos se ha acercado” Por ello decimos que la cercanía
del reino de los cielos demanda arrepentimiento como condición previa para
poder entrar en ese reino de los cielos que Dios está trayendo a los hombres.
Pero esta demanda de arrepentimiento no es un asunto superficial, sino que es
el profundo estado de conciencia de nuestro pecado de desobediencia a Dios en
el que nos damos cuenta que necesitamos volvernos de todo corazón a Dios para
que Él nos transforme a su propia imagen y semejanza, despojándonos de nuestra
naturaleza pecaminosa para evistirnos de una nueva naturaleza
conforme a sus designios y buena voluntad. Esto es a lo que el Señor Jesucristo
llama nacer de nuevo.
Si entendemos que el reino de los cielos es el reino de Dios, debemos entender que no podemos entrar en ese reino con nuestra naturaleza pecaminosa que es una naturaleza mortal. Dios dice que Él no es Dios de muertos sino Dios de vivos. Pero tal vez usted se pregunte que quiero decir con esas palabras. Lo siguiente: En nuestra vieja naturaleza sin Dios, El nos considera muertos en delitos y pecados, es decir, que aunque estamos vivos para el pecado, sin embargo, estamos muertos para con Dios. Por lo cual, siendo Dios un Dios de vivos, no puede ser nuestro Dios a causa de estar muertos en nuestros delitos y pecados. Y es por ello que necesitamos tener de nuevo vida para que Dios sea de nuevo nuestro Dios, y que de este modo tengamos la potestad dada por Dios de entrar en su reino, el cual se ha acercado a nosotros a través de Cristo Jesús. Es por ello que Cristo le dice a un maestro de la ley llamado Nicodémo: “Te es necesario nacer de nuevo para poder ver el reino de los cielos”
Si entendemos que el reino de los cielos es el reino de Dios, debemos entender que no podemos entrar en ese reino con nuestra naturaleza pecaminosa que es una naturaleza mortal. Dios dice que Él no es Dios de muertos sino Dios de vivos. Pero tal vez usted se pregunte que quiero decir con esas palabras. Lo siguiente: En nuestra vieja naturaleza sin Dios, El nos considera muertos en delitos y pecados, es decir, que aunque estamos vivos para el pecado, sin embargo, estamos muertos para con Dios. Por lo cual, siendo Dios un Dios de vivos, no puede ser nuestro Dios a causa de estar muertos en nuestros delitos y pecados. Y es por ello que necesitamos tener de nuevo vida para que Dios sea de nuevo nuestro Dios, y que de este modo tengamos la potestad dada por Dios de entrar en su reino, el cual se ha acercado a nosotros a través de Cristo Jesús. Es por ello que Cristo le dice a un maestro de la ley llamado Nicodémo: “Te es necesario nacer de nuevo para poder ver el reino de los cielos”
ES
NECESARIO NACER DE NUEVO PARA PODER ENTRAR EN REINO DE LOS CIELOS
Todos
aquellos que aspiramos a ser ciudadanos del reino de los cielos, de ese reino que se ha acercado a nosotros y se ha materializado en Cristo Jesús, debemos
entender que para ello resulta imprescindible el tener una nueva naturaleza.
Jesús deja muy bien sentado este principio espiritual al decirle a Nicodemo lo
siguiente: “Te es necesario nacer de nuevo para ver el reino de los cielos” Y
también le dice: “Te es necesario nacer de nuevo para poder entrar en el reino
de los cielos” Pero, ¿Cómo podemos nacer de nuevo? ¿Y qué significa nacer de
nuevo? De nuevo, es Jesucristo la respuesta de Dios. Pero para poder entender
lo dicho por Jesús, es necesario entender algunas escrituras, entre las cuales,
en el evangelio según san Juan, está una de las mas esclarecedoras. Allí, en el
capítulo uno, dice: “A los que le recibieron (a Cristo) les dio la potestad de
ser hechos hijos de Dios. Los cuales no son engendrados de varón ni por
voluntad de varón, sino de Dios” Así que nacer de nuevo solo es posible
arrepintiéndonos de nuestros pecados (de nuestra vieja naturaleza) y recibiendo
a Cristo en nuestro corazón. Es así como la naturaleza de Dios se engendra en
nuestro interior produciendo la nueva naturaleza o nuevo nacimiento. Pero
siendo éste un hecho espiritual, solo es posible entenderlo espiritualmente, ya
que es El Espíritu de Dios, quien, luego de recibir a Jesucristo en el corazón,
engendra en nosotros la nueva naturaleza venida de la esencia de Dios mismo. Y
esto es posible solo posterior al arrepentimiento por la fe en Jesucristo. Lo
cual hace posible el ser limpiados de pecados para que el Espíritu de Dios
venga a nuestro corazón a engendrar la nueva vida de Dios en nosotros. Antes de
esto es imposible esa obra del Espíritu de Dios en nuestro interior, por cuanto
nuestra naturaleza muerta en delitos y pecados hace imposible la habitación del
Espíritu de Dios en nosotros por ser Dios un Dios de vivos y no de muertos. Por
eso dice la Palabra de Dios: “Y a vosotros, estando muertos en delitos y
pecados, os dio vida juntamente con Cristo” Así que, si usted quiere entrar en
el reino de los cielos y ser parte de sus manifestaciones, deberá nacer de
nuevo antes de poder ver y entrar en ese maravilloso reino de los cielos que se
ha acercado a nosotros a través de Cristo Jesús. Solo así le serán otorgados
esos tiempos de refrigerios que Dios Ha preparado para derramar sobre aquellos
que han escogido arrepentirse de sus pecados y convertirse a Dios para poder
entrar en el reino de los cielos.
Hay
quienes piensan que por otros medios pueden tener acceso al reino de los cielos
que se ha hecho cercano a nosotros. Pero debemos entender que solo hacer la
voluntad de Dios nos hace dignos del reino de los cielos. Y esa voluntad de
Dios para nosotros es que podamos conocer a Cristo Jesús, lo cual implica arrepentirnos
de nuestros pecados y recibir a Cristo Jesús para tener íntima comunión con El.
Pues eso es lo que significa recibir a Cristo. Tener íntima comunión con El y
recibir su doctrina como una guianza a través del Espíritu de Dios que viene a
nuestro interior como consecuencia de haber sido limpiados de todo pecado, y en
razón de haber sido hechos hijos de Dios. En este respecto, la Palabra de Dios
dice: “Y a causa de haber sido hechos hijos, Dios envió su Espíritu a vuestros
corazones”. Dios, pues, queriendo introducirnos a su reino lo ha hecho cercano
a nosotros en la persona de su Hijo Jesucristo; pero siendo un Dios de vivos y
no de muertos, ha tenido que darnos vida en Cristo Jesús para que podamos
entrar en su reino. Conservar esa vida que se nos ha dado la potestad de tener
a causa de haber sido hechos hijos de Dios en el nuevo nacimiento, es tener
comunión íntima con Cristo Jesús y con nuestro Padre Celestial a través del
conocimiento del Padre y del Hijo por la habitación del Espíritu de Dios en
nuestro corazón. Cristo dice que esa es la vida verdadera que ha sido engendrada en
nosotros los creyentes. Veamos: “Y ésta es la vida: Que te conozcan a ti, oh
Padre, y a Jesucristo, a quien tú enviaste” Pero ese conocimiento no es un
conocimiento en el intelecto humano, sino que es un conocimiento en la
experiencia íntima de la comunión en El Espíritu Santo. El apóstol Juan lo dice
así en una de sus cartas: “Y nuestra comunión verdadera es con El Espíritu” Y
para poder tener esa clase de conocimiento que se obtiene únicamente a través
de la comunión en El ESPÍRITU DE DIOS es necesario nacer de nuevo como hijos de
Dios por su buena voluntad a través de la fe en Cristo Jesús.
SE
NECESITA UNA JUSTICIA MAYOR QUE LA DE LOS RELIGIOSOS PARA PODER ENTRAR EN EL
REINO DE LOS CIELOS
Hay
quienes por sus esfuerzos en cumplir con ritos y con los mandamientos de la ley
de Dios se consideran dignos de ser admitidos en el reino de los cielos. Desde
la antigüedad hay quienes tienen esa
creencia, que a la luz de la palabra de Dios, resulta errada. La palabra de
Dios deja clara y contundentemente sentado que no hay forma de ganar por mérito
de obras humanas la justicia que nos haga dignos de entrar al reino de los
cielos. Jesús dejó patentemente aclarada esta verdad en las siguientes
palabras: “Si vuestra justicia no es mayor que la de los fariseos, no entraréis
en el reino de los cielos” Esa declaración de Cristo nos deja desconcertados a
cerca de cómo sea posible entrar en el reino de los cielos con semejante
condición de tener tan grande justicia. Pues cuando entendemos cómo eran los
fariseos, los cuales eran en extremo celosos del cumplimiento de todos los
ritos y requerimientos de la ley de Dios, nos damos cuenta que resulta
sumamente difícil de igualar la justicia de ellos, y llega a resultar
impensable el que podamos superar la justicia de los fariseos, al grado de que
nuestra justicia sea mayor que la de ellos. Y cuando pensamos en la advertencia
de Cristo que nos dice que para tener entrada en el reino de los cielos, nuestra
justicia debe ser mayor que la de gente altamente religiosa y celosa del
cumplimiento de los mandamientos de Dios, ello nos lleva a pensar que por
nuestros esfuerzos en cumplir los mandamientos de Dios no podemos entrar en el
reino de los cielos, y que debe haber otra forma de entrar en ese maravilloso
reino de los cielos, que no sea la de las obras. Y entonces nos preguntamos:
¿Cómo obtener esta justicia mayor que la de los fariseos, la cual nos haga
dignos del reino de los cielos? Y de nuevo, la respuesta se haya en Cristo Jesús: Como ya dijimos, Cristo nos fue
hecho justicia de Dios por nosotros. De tal manera que esa justicia mayor que
la de los fariseos o fervorosos religiosos de cualquier edad, solo es posible
de hayar en Cristo Jesús, quien fue declarado el Justo por excelencia. Y ello
nos lleva a plantearnos la pregunta: ¿Y yo, como me hago acreedor de la
justicia de Cristo? Pues bien, eso es posible a través del plan de Dios para
nuestra salvación y perdón de nuestros pecados. Esa respuesta se llama fe. Es
la fe en Jesucristo el Hijo de Dios lo único que hace posible que la perfección
de la justicia de Cristo nos sea imputada a nosotros. En la carta a los
romanos, el apóstol Pablo nos dice lo siguiente: “Justificados, pues, por la
fe, tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, en quien
tenemos acceso a esta gracia en la cual nos gloriamos” A esto es lo que Dios
llama Gracia, pues sin haber obrado por el esfuerzo nuestro, El nos declara
justos por la fe en su Hijo Jesucristo. Y lo más hermoso de esto es que esta
justicia, al ser la perfecta justicia de Cristo, es mayor que la justicia de
los fariseos, y mayor que la justicia de cualquier otro religioso de cualquier
época o edad por mas celoso que puedan ser en el cumplimiento de las cargas de
la ley. ¡Eso es la gracia de Dios¡ Y es maravilloso ver cómo el plan de Dios
provisto para nosotros los que creemos en Cristo Jesús, es que la justicia que
nos es gratuitamente imputada por la fe en Cristo es mayor que las rigurosas
obras de la religión que se esfuerza en vivir tratando de cumplir la ley y los
ritos. Cuando el apóstol Pablo les escribe a los romanos, les recuerda esta
hermosa y bienaventurada verdad: que la justicia que es por la fe en Cristo
Jesús es mayor que todas las obras de la ley. Así pues, como para entrar al
reino de los cielos se necesita una justicia mayor que la de los fariseos, la
cual nos haga dignos del reino, y como la justicia de Cristo es la única que es
mayor que toda otra justicia, y como por la bendita gracia de Dios, esa
justicia nos es imputada por la fe en Cristo Jesús, debemos convertirnos a Dios
a través de la fe en Jesús para tener amplia entrada en el reino de los Cielos.
Como podemos ver, Cristo es El que nos hace dignos de entrar en el reino de los
cielos. Por lo cual, si usted quiere entrar en el reino de los cielos, debe
creer en Cristo Jesús y recibirle en su corazón.
Podemos ver pues, que es en la persona de Cristo que el reino de los cielos se ha acercado a los hombres. Cristo no solo es la materialización del reino de los cielos acercándose a los hombres, sino que es él la puerta y única entrada de nuevo a ese maravilloso reino de los cielos. Cualquier otra forma de acceder a ese reino es ineficaz e inútil. Dicho de otro modo, no hay ninguna otra entrada al reino de los cielos que se ha acercado a los hombres que no sea la conversión a Jesucristo. Nuestro regreso a Dios el Padre de quien nos hemos alejado, solo es Cristo Jesús. Concordando con eso, Cristo nos dice: "Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6). Por ello, si usted desea entrar a ese maravilloso reino de los cielos, usted debe creer en Cristo Jesús y recibirle en su corazón para que pueda entrar por la única puerta del reino. Y a partir de esa decisión, usted debe caminar en el único camino que nos lleva de regreso a Dios de quien nos habíamos alejado. Esa decisión implica poner a Dios reinando en nuestra vida; significa vivir de acuerdo a a su voluntad. Y puede ser que las implicaciones de la frase "vivir de acuerdo a su voluntad" le asuste, pero si eso pasa, solo se debe al hecho mismo de desconocer la genuina voluntad de Dios para su vida; ya que es posible que las concepciones falsas que la cultura religiosa haya implantado sean las que usted tiene a cerca de la voluntad de Dios. Pero la voluntad de Dios para el ser humano nunca fue mala, desagradable, ni mucho menos imperfecta. Muy por el contrario, la palabra de Dios nos dice a cerca de la voluntad de Dios, que ella es buena, agradable y perfecta. Veamos el texto bíblico: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). Según nos deja ver claramente este texto, la idea falsa de que la voluntad de Dios para el ser humano es desagradable o imperfecta, se debe al hecho de que el entendimiento que el ser humano tiene de la voluntad de Dios está formada por un entendimiento moldeado por el mundo, y que ese entendimiento no corresponde a la realidad. Es por ello que el escritor bíblico nos recomienda desechar el entendimiento que este mundo nos ha moldeado, y que seamos transformados en nuestro entendimiento, porque solo así llegaremos al correcto entendimiento la verdadera cualidad de la voluntad de Dios para nuestra vida, la cual es: Buena, agradable y perfecta. Y si observamos bien el texto antes citado, nos daremos cuenta que que el escritor bíblico nos dice que si nuestro entendimiento es renovado, ello nos dará la posibilidad de comprobar la cualidad benigna de la voluntad de Dios.
Podemos ver pues, que es en la persona de Cristo que el reino de los cielos se ha acercado a los hombres. Cristo no solo es la materialización del reino de los cielos acercándose a los hombres, sino que es él la puerta y única entrada de nuevo a ese maravilloso reino de los cielos. Cualquier otra forma de acceder a ese reino es ineficaz e inútil. Dicho de otro modo, no hay ninguna otra entrada al reino de los cielos que se ha acercado a los hombres que no sea la conversión a Jesucristo. Nuestro regreso a Dios el Padre de quien nos hemos alejado, solo es Cristo Jesús. Concordando con eso, Cristo nos dice: "Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6). Por ello, si usted desea entrar a ese maravilloso reino de los cielos, usted debe creer en Cristo Jesús y recibirle en su corazón para que pueda entrar por la única puerta del reino. Y a partir de esa decisión, usted debe caminar en el único camino que nos lleva de regreso a Dios de quien nos habíamos alejado. Esa decisión implica poner a Dios reinando en nuestra vida; significa vivir de acuerdo a a su voluntad. Y puede ser que las implicaciones de la frase "vivir de acuerdo a su voluntad" le asuste, pero si eso pasa, solo se debe al hecho mismo de desconocer la genuina voluntad de Dios para su vida; ya que es posible que las concepciones falsas que la cultura religiosa haya implantado sean las que usted tiene a cerca de la voluntad de Dios. Pero la voluntad de Dios para el ser humano nunca fue mala, desagradable, ni mucho menos imperfecta. Muy por el contrario, la palabra de Dios nos dice a cerca de la voluntad de Dios, que ella es buena, agradable y perfecta. Veamos el texto bíblico: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). Según nos deja ver claramente este texto, la idea falsa de que la voluntad de Dios para el ser humano es desagradable o imperfecta, se debe al hecho de que el entendimiento que el ser humano tiene de la voluntad de Dios está formada por un entendimiento moldeado por el mundo, y que ese entendimiento no corresponde a la realidad. Es por ello que el escritor bíblico nos recomienda desechar el entendimiento que este mundo nos ha moldeado, y que seamos transformados en nuestro entendimiento, porque solo así llegaremos al correcto entendimiento la verdadera cualidad de la voluntad de Dios para nuestra vida, la cual es: Buena, agradable y perfecta. Y si observamos bien el texto antes citado, nos daremos cuenta que que el escritor bíblico nos dice que si nuestro entendimiento es renovado, ello nos dará la posibilidad de comprobar la cualidad benigna de la voluntad de Dios.
LA
BÚSQUEDA DEL REINO DE LOS CIELOS DEBE SER LA MAYOR PRIORIDAD DEL CREYENTE