(Un sermón de Charles Spurgeon)
"Deléitate en Jehovah, y él te concederá los anhelos de tu corazón." Salmo
37:4 (RVA)
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Hay dos enseñanzas en este texto que seguramente
son muy sorprendentes para quienes no están familiarizados con la vida de
piedad. Para los creyentes sinceros, estas maravillas son hechos reconocidos,
pero para el mundo incrédulo parecen asuntos muy extraños.
En primer
lugar, la vida del creyente es descrita aquí como un
deleite en el Señor.
Así se nos confirma la gran verdad de Dios, que la religión verdadera rebosa de
gozo y de felicidad. Los hombres impíos y los que simplemente profesan con los
labios, no ven nunca a la religión como algo lleno de deleite. Para ellos la
religión es únicamente servicio, deber o necesidad; no puede ser placentera ni
deleitable.
¿Por qué tienen que ir a la Casa del Señor? ¿No es debido a
una costumbre que evitarían de buen grado si pudieran? ¿Por qué siguen las
ordenanzas de la Iglesia? ¿Acaso no es por una esperanza farisaica de acumular
méritos o por un temor supersticioso? ¿Cuántos no ven a la religión como un
amuleto que permite escapar de las enfermedades, o como un mal menor que ofrece
una vía de escape al temible juicio? Para ellos el servicio es siempre monótono
y la adoración produce fatiga. Pregunta a quienes pertenecen al mundo su opinión
acerca de la religión: a pesar de que practican sus ritos externos, consideran
que todo es deprimente y aburrido: "¡qué pesado es todo eso!"
Aman la
religión del mismo modo que el burro ama su trabajo, o el caballo el látigo, o
el prisionero sus trabajos forzados. Exigen sermones cortos y sería mejor si no
se predicara ninguno. Con cuánta alegría no reducirían las horas del domingo.
Ciertamente ellos preferirían que el Día de Señor se guardase una vez al mes. La
necesidad gravosa de costumbres piadosas pesa sobre ellos como el tributo que
paga una provincia conquistada. Desarrollan su práctica de la religión de la
misma manera que pagan sus impuestos o las cuotas de una autopista: lo hacen por
costumbre.
No saben lo que es una ofrenda voluntaria ni tampoco pueden
entender el amor lleno de gozo que produce la comunión de los santos. Sirven a
Dios de la manera que Caín lo hizo, quien trajo su ofrenda, es cierto, pero la
trajo tardíamente; la trajo porque era costumbre de familia y no iba a permitir
que su hermano lo superara; la trajo del fruto común de la tierra y con un
sombrío corazón sin amor. Los Caínes de hoy ofrecen las ofrendas que se ven
forzados a traer, y no mezclan la fe en la sangre de Jesús con lo que traen.
Vienen como con pies de plomo a la Casa de Dios, y se van tan rápidamente como
si tuvieran pies de plumas. Sirven a Dios, pero lo hacen porque esperan obtener
algún beneficio o porque no se atreven a no servirle. El pensamiento del deleite
en la religión es tan extraño para la mayoría de los hombres, que en su
vocabulario no existen dos palabras más distantes entre sí que "santidad" y
"deleite."
Ah, pero los creyentes que conocen a Cristo entienden que el
deleite y la fe están casados de tan bendita manera que las puertas del infierno
no pueden prevalecer para divorciarlos. Los que aman a Dios con todo su corazón,
encuentran que Sus caminos son caminos agradables y Sus vías son de paz. Los
santos descubren en su Señor tal gozo, tales desbordantes deleites, tal
sobreabundante bendición, que lejos de servirle por costumbre, quieren seguirle
aunque el mundo entero rechace Su nombre como algo pernicioso. El temor de Dios
no es compulsión. Nuestra fe no es una cadena. Nuestra profesión no es una
prisión. No somos arrastrados a la santidad, ni forzados a cumplir con el deber.
No, señores, nuestra religión es nuestro recreo. Nuestra esperanza es nuestra
felicidad, nuestro deber es nuestro deleite.
Sé que siempre circulará
una calumnia en contra de la religión de Cristo que afirma que vuelve infelices
a los hombres. Pero nunca ha habido un mayor malentendido, una falsedad más vil
para maldición del mundo. ¡Debido a que no podemos actuar irresponsablemente, ni
pecar descaradamente, ni presumir como siervos del pecado, ustedes piensan que
somos infelices! Ah, señores, bien está escrito: "El extraño no se entremeterá
en su alegría." El secreto del Señor está con aquellos que le temen y su gozo no
puede ser arrebatado por nadie. Déjenme recordarles, sin embargo, que las agua
mansas corren más profundas. El arroyo que murmura sobre las rocas se seca en el
verano. Pero el río que corre profundo fluye rápidamente, venga sequía o calor,
aunque en su superficie se deslice plácidamente entre los
prados.
Nosotros no proclamamos en voz alta nuestros gozos como ustedes
divulgan sus diversiones, porque no necesitamos hacerlo. Nuestros gozos se
conocen de igual manera en el silencio como en medio de estimulante compañía. No
necesitamos de sus relaciones para alegrarnos, ni mucho menos de las variadas
distracciones que les dan completa felicidad. No necesitamos la copa, ni la
fiesta, ni violines, ni danza, para alegrarnos; ni el toro de engorde ni la
bodega repleta de vinos, para sentirnos ricos. Nuestra felicidad no está en la
criaturas pasajeras sino en el eterno e inmutable Creador. Sé que a pesar de
todo lo que digamos, esta calumnia va a sobrevivir generación tras generación:
que el pueblo de Dios es un pueblo desdichado.
Pero permitan que
tranquilicemos al menos nuestras conciencias por la preocupación que sentimos
por ustedes y que ustedes queden sin excusa si no creen.
Ciertamente
tenemos gozo.
Ciertamente nos deleitamos y no intercambiaríamos ni una
onza de nuestros deleites por toneladas de los deleites de ustedes. No
cambiaríamos algunas gotas de nuestro gozo por todos los ríos de sus deleites.
Nuestros gozos ni son artificiales ni están pintados, sino que son sólidas
realidades. Los nuestros, son gozos que podremos llevar con nosotros a nuestra
cama en el polvo silencioso; gozos que dormirán con nosotros en la tumba y con
nosotros despertarán en la eternidad; gozos a los que podremos mirar de nuevo y
vivir en retrospectiva; gozos que podemos anticipar y conocer aquí y luego en la
eternidad.
Nuestros gozos no son burbujas que sólo resplandecen y se
revientan. No son manzanas de Sodoma que se convierten en cenizas en nuestra
mano. ¡Nuestros deleites tienen sustancia, son reales, verdaderos, sólidos,
duraderos, eternos! ¿Qué más diré? Saquen de sus mentes ese error. El deleite y
la verdadera religión están tan unidos como la raíz y la flor; son tan
indivisibles como la verdad y la eternidad. Son, de hecho, dos preciosas joyas
engarzadas la una junto a la otra en la misma montura de oro.
Pero hay
también en nuestro texto algo muy sorprendente para los mundanos, aunque se
trata de una maravilla que entienden fácilmente los cristianos. El texto dice:
"Y él te concederá los anhelos de tu corazón." El mundano dice: "yo creía que la
religión era solamente abnegación; nunca me imaginé que al amar a Dios podíamos
cumplir nuestros deseos. Yo pensé que la piedad consistía en matar, destruir y
suprimir nuestros deseos." ¿Acaso la religión de la mayoría de los hombres no
consiste en una visible abstinencia de pecados que son amados en secreto? La
piedad negativa es muy común en esta época. La mayoría de los hombres suponen
que nuestra religión está conformada por cosas que no debemos hacer, más que por
placeres que podemos disfrutar.
No debemos ir al teatro. No debemos
cantar canciones, ni trabajar los Domingos, ni decir groserías, etcétera. No
debemos hacer esto, no debemos hacer aquello. Y suponen que somos una categoría
de personas huraña y miserable que, sin duda alguna, hacemos en privado lo que
nos privamos de hacer en público.
Bien, es cierto que la religión es
autonegación. También es igualmente cierto que
no es autonegación. Los
cristianos tienen dos identidades. Está el viejo yo y en él ciertamente hay que
negar la carne con sus afectos y concupiscencias. Pero hay también un nuevo yo.
Hay un espíritu nacido de nuevo, el nuevo hombre en Cristo. Y, queridos
hermanos, nuestra religión no exige ninguna autonegación de ese nuevo yo. No,
dejamos que tenga libre desarrollo en cuanto a sus anhelos y deseos. Puesto que
todo lo que pueda desear, todo lo que pueda anhelar, todo lo que quiera gozar,
lo puede obtener sin peligro alguno.
Cuando alguien dice: "mi religión
contiene algunas cosas que debo de hacer y otras que no debo de hacer", yo le
respondo: "la mía contiene cosas que amo hacer y también comprende cosas que
odio y menosprecio." Mi religión no tiene cadenas; yo soy libre como el hombre
más libre. El que teme a Dios y es un verdadero siervo de Dios, no tiene cadenas
que le aprisionen. Puede vivir como quiera, pues quiere vivir como debe. Puede
ver colmados sus deseos, pues sus deseos son santos, celestiales, divinos. Puede
seguir sus anhelos y deseos hasta el límite de su posible realización y obtener
todo eso que anhela y desea, puesto que Dios le ha dado la promesa y Dios le
dará el cumplimiento de ella.
Pero no se queden con la idea de que no
queremos mover un dedo porque hay avisos de
Prohibido en nuestro camino.
Y no piensen que no vamos por allí, a la derecha, o por allá a la izquierda,
porque no nos atrevemos. Oh, señores, no lo haríamos si pudiéramos. No
querríamos hacerlo aunque la Ley fuese cambiada. No compartiríamos sus placeres
aunque pudiéramos. Aunque pudiéramos ir al cielo viviendo como viven los
pecadores, no elegiríamos ni sus caminos ni su conversación. Sería un infierno
para nosotros si fuéramos obligados a pecar, aun si el pecado no recibiera
ningún castigo. Aunque pudiéramos participar en sus borracheras, y si pudiésemos
compartir sus concupiscencias, ¡oh ustedes impíos!, si pudiéramos disfrutar de
su júbilo y de su gozo, no los querríamos.
No nos estamos negando a
nosotros mismos cuando renunciamos a estas cosas. Despreciamos el júbilo de
ustedes. Sentimos abominación por él y lo pisoteamos. Un pájaro dijo a un pez
una vez : "no puedo entender cómo es que tú vives todo el tiempo en el elemento
frío. Yo no podría vivir allí. Debe de ser un sacrificio continuo para ti no
volar hacia los árboles. Mira cómo yo me remonto a las alturas." "Ah, dijo el
pez, no es un sacrificio para mí vivir aquí, es mi elemento. Nunca he aspirado a
volar, eso no es para mí. Si fuera sacado de mi elemento me moriría a menos que
me regresaran de inmediato y, cuanto antes, mejor."
Así el creyente
siente que Dios es su elemento natural. Él no trata de escapar de su Dios, ni de
la voluntad ni del servicio de su Señor. Y si por un algún tiempo fuese
apartado, cuanto antes pudiese regresar sería mejor. Si cae en malas compañías
se siente miserable y desdichado hasta que se libra nuevamente de ellas. ¿Acaso
la paloma se niega a sí misma cuando no come carroña? No, ciertamente la paloma
no se podría deleitar en la sangre, no querría alimentarse de ella aunque
pudiera. Cuando un hombre ve una piara de cerdos bajo un roble deleitándose con
sus bellotas y emitiendo gruñidos de satisfacción, ¿se niega a sí mismo cuando
pasa de lejos y no comparte en la fiesta de los cerdos? No, de ninguna manera,
él tiene mejor pan para comer en su casa, y el alimento de los cerdos no es
ningún bocado exquisito para él. Así pasa con el creyente. Su religión es un
asunto de deleite, y algo que le da satisfacción, y no tiene que negarse a sí
mismo cuando evita algo y se aleja. Sus gustos han cambiado, sus deseos son
otros. Él se deleita en su Dios, y gozoso recibe el anhelo de su
corazón.
Todo esto nos ha servido a modo de introducción. Ahora vamos al
texto mismo. Hay dos cosas muy claras en el texto. La primera es
un precepto
escrito sobre brillantes joyas, "Deléitate en Jehová." La segunda es
una
promesa mucho más preciosa que los rubíes, "y el te concederá los anhelos de
tu corazón."
I. La primera parte es un PRECEPTO ESCRITO SOBRE
BRILLANTES JOYAS. He agregado esas últimas palabras, porque la Ley de los Diez
Mandamientos fue escrita sobre piedra, -tal vez duro granito-, en la que
los hombres no podían encontrar mayor gozo. Pero esta ley del mandamiento,
"Deléitate en Jehovah," no es una ley de piedra para ser escrita sobre tablas de
granito. Contiene un precepto de centelleante brillantez, digno de escribirse
sobre amatistas y perlas. "Deléitate en Jehovah."
Mis queridos hermanos,
¡cuando el deleite se convierte en deber, entonces, ciertamente, el deber es
deleite! Cuando mi deber es ser feliz, cuando tengo el mandamiento expreso de
ser feliz, entonces ciertamente, ¡debo ser un pecador si rechazo mis propios
gozos y me aparto de mi propia bendición! ¡Oh, qué Dios tenemos, que hace que
nuestro deber sea ser felices! ¡Qué Dios tan bondadoso, que valora como la
obediencia más digna de su aceptación, la obediencia alegre dada con un corazón
lleno de gozo! "Deléitate en Jehovah."
1. Ahora en primer lugar,
¿qué es este deleite? He estado meditando en la palabra "deleite" y no
puedo explicarla. Ustedes saben que es una palabra única. Una palabra deleitosa.
No puedo usar nada excepto la propia palabra para describirla. Si la miras,
resplandece con
luz, brilla como una estrella, más aún, como una
constelación brillante, radiante con dulces influencias como las Pléyades. Es
gozo, pero es más que eso, es gozo sobreabundante; es descanso, pero es un
descanso tal que permite la máxima actividad de cada pasión del alma. ¡Deleite!
Es júbilo sin frivolidad. ¡Deleite! Es paz, pero es más que eso: es paz
celebrada con festividad, con banderitas colgando en todas las calles y toda la
música tocando en el alma. ¡Deleite! ¿A qué podré compararla? Es una palabra
extraviada que pertenece al lenguaje del Paraíso, y cuando las palabras santas
del Edén volaron al cielo después de la caída, ésta se enredó en las tramas
plateadas de la red de la primera promesa y fue retenida en la tierra para
cantar en los oídos de los creyentes. ¿Dónde podré encontrar metáforas para
definirla?
Puesto que lo humano me falla, déjenme buscar en medio de las
criaturas sin pecado de Dios. Vamos junto al mar, a la hora de la marea baja, y
en algunas partes de la costa verán un pequeño borde al extremo de las olas.
Parece como una bruma, pero un examen más detenido revelará que son millones de
pequeñísimos camaroncitos, saltando en todo tipo de posturas y formas en la ola
que se retira, en una exhuberancia de júbilo y diversión. O en una tarde de
verano miren a los mosquitos cómo danzan sin cansarse, ¡casi sin saber cómo
poder divertirse más! O miren a las ovejas en el campo, ¡cómo saltan y brincan!
Escuchen la canción matutina de los pájaros del aire, y nuevamente oigan sus
deliciosas notas vespertinas; miren a los peces saltar en los arroyos, y
escuchen el zumbido de los insectos en el aire, y todo esto puede dar débiles
indicios de la luz del deleite.
Dirígete al cielo si quieres saber lo
que significa el deleite. ¡Mira allí a los espíritus que tocan las cuerdas
doradas con sus dedos! ¡Escucha sus voces, cuando con repiques de gozo
desconocido a los oídos humanos cantan Al que les amó y les libró de sus pecados
con su sangre! Míralos cómo guardan el Día del Señor eternamente en el gran
templo del Dios viviente, y mira al trono, y mira, y mira y mira de nuevo,
absorto en la gloria, beatificado en Jesús, lleno del cielo, desbordando sumo
gozo. ¡Esto es deleite! Sé que no he podido describir la palabra. Tienen que
tomar esa palabra y deletrearla letra por letra; y luego deben pedir al Señor
que ponga en sus corazones un dulce marco mental, conformado por los siguientes
ingredientes: un perfecto descanso de todo cuidado terrenal; una perfecta
entrega de ustedes mismos en las manos de Dios; una intensa confianza en Su amor
por ustedes; un amor divino hacia Él, de tal manera que estén dispuestos a ser
cualquier cosa o a hacer cualquier cosa por Él; después, debe agregarse a todo
esto, un gozo en Él; y cuando tengan todo esto, debe ponerse todo a hervir, y
entonces tienen el deleite en el Señor su Dios. Matthew Henry dice: " el deseo
es amor en acción, como un pájaro en pleno vuelo; el deleite es amor en
descanso, como un pájaro en su nido." Tal es el significado de la palabra, y tal
el deber prescrito. "Deléitate en Jehová."
2. En segundo lugar,
¿de dónde viene este deleite? El texto nos dice: "Deléitate en Jehová."
Deléitate en
Jehovah, en Su misma
existencia. Que haya un Dios es
motivo suficiente para hacer que el hombre más infeliz sea feliz si tiene fe.
Las naciones se derrumban, las dinastías caen, los reinos se tambalean, qué
importa, puesto que hay un Dios. El padre se ha ido a la tumba, la madre duerme
en el polvo, la esposa se ha ido de nuestro lado, los hijos son arrebatados,
pero hay un Dios. Solo esto basta para que sea un manantial de gozo para los
verdaderos creyentes para siempre.
Deléitense también en su
dominio. "¡Jehovah reina! ¡Regocíjese la tierra!." ¡Jehovah es Rey! Venga
lo que venga,
Él se sienta en el trono y gobierna bien todas las cosas.
El Señor ha preparado su trono en los cielos y Su reino gobierna sobre todo. De
pie en la carroza de la providencia, sostiene las riendas y guía a los veloces
caballos de conformidad a su voluntad. Dios es exaltado por sobre los montes y
por sobre las colinas: tiene influencia sobre todas las cosas, tanto sobre las
cosas magníficas como sobre las minucias. ¡Alégrate mucho, oh hija de Sión,
Jehovah es Rey eternamente y para siempre, aleluya, aleluya!
Cada
atributo de Dios debe ser un rayo fresco en esta luz de sol llena de
deleite. Para nosotros que conocemos nuestra insensatez, que Él sea sabio debe
ser motivo de gozo. Para los que temblamos a causa de nuestra debilidad, que Él
sea todopoderoso debe ser causa de regocijo. Que Él sea eterno debe ser siempre
el tema de nuestra música, cuando nos damos cuenta que
somos hierba y nos
secamos como la hierba verde. Que Él sea inmutable debe darnos una canción, pues
nosotros cambiamos cada hora y no somos los mismos por mucho rato. Que Él esté
lleno de gracia, que desborde gracia y que en el pacto, Él nos haya dado esta
gracia, que sea nuestra, nuestra para limpiarnos, nuestra para guardarnos,
nuestra para santificarnos, nuestra para perfeccionarnos, nuestra para llevarnos
a la gloria, todo esto debería impulsarnos a deleitarnos en
Él.
Oh creyentes, ustedes están hoy junto a un río muy profundo; a lo mejor
ya se han metido en ese río hasta los tobillos y conocen un poco de sus
corrientes claras, dulces, celestiales. Pero más adelante la profundidad es
mayor y la corriente es más deleitosa aún. ¡Ven y lánzate en ese río! ¡Ahora
sumérgete en el mar sin límites de la Divinidad! Piérdete en su inmensidad; deja
que Sus atributos cubran toda tu debilidad y toda tu insensatez, y todas las
otras cosas que te hacen gemir y que te deprimen. ¡Regocíjate en
Él,
aunque no puedas regocijarte en ti mismo! Triunfa en el Dios de Israel, aunque
en ti mismo exista una razón para desesperar.
El cristiano siente también
que puede deleitarse en todo lo que Dios ha hecho en el pasado. Esos Salmos que
terminan con: ¡Porque para siempre es su misericordia!, donde encontramos
divisiones tales como estas: 'Og, el Rey de Basán: ¡Porque para siempre es su
misericordia! Sejón, el rey amorreo: ¡Porque para siempre es su misericordia!'
Todas estas repeticiones nos muestran que el pueblo de Dios, en tiempos
antiguos, estaba habituado a pensar mucho en las acciones de Dios, de tal forma
que no las amontonaba en el lomo de un solo versículo, sino que las dividía, con
el objeto de tener un cántico para cada una de ellas. ¡Por tanto el pueblo de
Dios debe recordar las obras del Señor! Debe contar sus hechos poderosos. Debe
cantar: "Tu diestra, oh Jehovah, ha quebrantado al enemigo;" "Jehovah es un
guerrero. ¡Jehovah es su nombre!;" "¡Cantaré a Jehovah, pues se ha enaltecido
grandemente!" Debe continuar recordando sus obras, hasta llegar a las obras de
la gracia en su propio corazón; y al llegar a este punto, debe cantar con mayor
dulzura que antes. No debe dejar de cantar, ya que debido a que nuevas
misericordias fluyen hacia ellos cada día, cada día debe elevarse una alabanza,
y cada noche debe ser un testigo de Su gracia. "Deléitate en Jehovah."
Si
todo eso que ya he mencionado no fuera suficiente, podríamos deleitarnos en todo
lo que Dios realizará: en todos los triunfos espléndidos que todavía tiene que
lograr; en todas las glorias de los últimos días; en los esplendores de Su
trono, cuando todos los ejércitos de Dios se encuentren por fin; en Su triunfo
sobre la muerte y el infierno, y en Su victoria final sobre el pecado, cuando
haga que toda la tierra se llene con Su alabanza.
Oh, hermanos míos, el
tiempo no nos alcanzaría, la eternidad podría no ser suficiente, ciertamente,
para hacer una lista de todos los diferentes puntos del santo deleite que los
creyentes pueden encontrar en el Señor su Dios, cuando se encuentran en un marco
mental que es espiritual. Deben deleitarse en Dios Padre, en su eterno amor por
ustedes cuando no había nada amable en ustedes; en la elección de sus almas, en
la justificación de ustedes en Cristo, en entregar a Su unigénito Hijo para
redimirlos del infierno. Deben deleitarse en Jesús, deben:
"Decir lo que Su brazo ha hecho,
Qué despojos de la
muerte obtuvo;
Cantar únicamente a Su amado nombre,
¡Digno es el
Cordero!
Deben deleitarse en Dios Espíritu Santo, en Sus operaciones
que dan vida, en Sus iluminaciones, en sus consolaciones, en la fortaleza que
les da, en la sabiduría que les imparte, en la fidelidad con que les cuida, y en
la certidumbre que al final les va a perfeccionar, para ser dignos de participar
de la herencia de los santos en la luz. Y podríamos tomar aquí ramificaciones
que llevan a miles de temas. Deléitense en Dios como su padre, como su amigo,
como su ayudador. Deléitense ustedes en Jesucristo como su hermano, como su
prometido, como su pastor, como su todo en todo. Deléitense en Cristo en todos
Sus oficios, como profeta, sacerdote, y rey. Triunfen en Él, porque mirra, áloe
y casia exhalan todas Sus vestiduras. Deléitense en Cristo, en Su gloria y en Su
humillación, en Su cruz y en Su corona, en Su pesebre y en Su triunfo eterno, en
Quien llevó cautiva a la cautividad. Deléitense en el Espíritu Santo, en todos
Sus varios tratos con las mentes de los hombres. Deléitense en Pentecostés y en
los muchos Pentecostés que todavía vendrán. Y. . . , pero mejor concluimos. ¿Qué
más podríamos decir? Seguramente podríamos hablar sin parar. Deléitate en
Jehovah, ese grandioso tema lleno de gozo y sin fronteras, y deléitate en Él
para siempre.
3. Ahora surge otra pregunta.
¿Cuándo debe
practicarse este deleite? "Deléitate en Jehovah." Los preceptos que no
tienen límite de tiempo son para observancia perpetua. Mi texto no dice:
"Deléitate en Jehovah ocasionalmente, o a veces," sino siempre.
Hay dos
ocasiones en las que es difícil deleitarse en Dios, y por lo tanto voy a
mencionarlas. Es difícil deleitarse en Dios cuando todo nos sale bien. "Oh," te
oigo decir, "no puedo entender eso; ese es el tiempo cuando más me deleito en
Dios." Hermano, me temo que ese es el tiempo en que menos te deleitas
en
Dios. "Bueno, pero cuando estoy rodeado de comodidades, cuando la providencia me
sonríe, entonces me puedo deleitar en Dios." ¡Alto ahí! ¿Estás seguro de eso?
¿No es posible que a menudo estás deleitándote en sus misericordias más que en
Él? ¿Deleitándote en la criatura más que en el Creador? Me temo, hermanos
míos, que los tiempos de mayor tentación son los días en que el sol brilla para
nosotros. Muy bien podemos orar: "En todo tiempo de riqueza, líbranos Señor."
Nos parecemos un poco a la esposa insensata que, cuando recibe de su esposo
joyas y anillos, se inclina a amar las joyas más que a su esposo. Hemos conocido
a muchos creyentes que han recibido gracias y misericordias, y han tenido
grandes privilegios, y han venido a gloriarse más en las misericordias y en los
privilegios que en su Dios. Cuando la bodega de vinos se encuentra rebosante, es
difícil amar a Dios más que a los viñedos; cuando se tiene una cosecha
abundante, es muy difícil pensar más en Dios que en las gavillas; cuando te vas
volviendo más rico es difícil decir aun: "este no es mi tesoro." Los tesoros de
la tierra ensucian nuestros vestidos a menos que cuidemos nuestros corazones:
nuestra alma se pega al polvo y el polvo no es propicio para la devoción. Oh,
presta atención, creyente rico, y deléitate en Dios; no en tus ranchos ni en tus
terrenos, en tus jardines ni en tus casas, tus departamentos ni tus bienes
raíces; pues si te deleitas en estas cosas, tu oro y tu plata se corrompen y la
polilla destruye tus vestidos, y la plaga pronto vendrá sobre tu herencia. Di:
"Estas cosas no son mi porción." "Jehovah es mi porción", ha dicho mi alma.
Otra circunstancia en la que es difícil deleitarse en Dios, aunque no
tan difícil como en la primera: es cuando todo nos sale mal. Entonces podemos
tener la tendencia a decir con el viejo Jacob: "¡Contra mí son todas estas
cosas!" Cuán noble oportunidad dejó escapar Job, cuando vinieron siervo tras
siervo a decirle que todo se había perdido, cuando estaba sentado en medio de
las cenizas y tomaba un pedazo de tiesto para rascarse con él. Si se hubiera
puesto de pie para decir: "Ciertamente me has alegrado, oh Jehovah, con tus
hechos, grito de gozo por las obras de tus manos" qué triunfo de fe habría
conseguido. Si hubiera podido ser ese tipo de hombre de fe para con Dios, Job
habría sido el carácter más espléndido que tendríamos en todas las Santas
Escrituras. En realidad, fue muy lejos cuando dijo: "He aquí, aunque él me mate,
en él he de esperar." Vemos allí hablando a un hombre a quien Dios había hecho
poderoso. Pero si hubiera podido deleitarse más en Dios cuando estaba cubierto
de llagas y las ampollas se le reventaban, eso habría sido casi sobrehumano.
Pienso que puedo decir que eso habría sido equivalente a todo lo que la gracia
puede realizar en un hombre.
Sin embargo, cuán a menudo he observado que
los creyentes se gozan en Dios más prontamente en medio de las aflicciones que
cuando gozan de prosperidad. He visto al hisopo crecer en el Líbano, y he visto
al cedro crecer sobre la pared. He visto a grandes santos donde había poca
misericordia; y he visto a santos desperdiciados allí donde había grandes
bendiciones providenciales. Los pájaros de Dios cantan mejor en jaulas, y la
alabanza a Dios suena mejor en la boca del horno de la aflicción que en la cima
del monte de la comunión. Me parece a mí que estamos constituidos de tal manera,
que a menos que Dios no tense las cuerdas de nuestro corazón con dolor y
aflicción, nunca emitiremos una dulce melodía para Él. Es difícil, es muy
difícil que un hombre diga cuando todo sostén terrenal ya ha cedido, que aunque
la higuera no florezca ni en las vides haya fruto, aunque falle el producto del
olivo y los campos no produzcan alimento, aunque se acaben las ovejas del redil
y no haya vacas en los establos; con todo eso que diga: yo me alegraré en
Jehovah y me gozaré en el Dios de mi salvación. Sin embargo, por gracia, en todo
momento debemos deleitarnos en Dios.
Entonces escucho una voz que dice:
"¿Pero cuándo debe sentirse miserable el cristiano?" ¡Nunca, hermano, nunca!
"¿Pero ni siquiera algunas veces?" No; si cumple con su deber. "¿Pero no debe un
santo estar abatido algunas veces?" Los santos se abaten, pero no deberían
estarlo. "Bueno, pero muchos de los santos de Dios están llenos de dudas y
temores." Sé que es así, y es lamentable que suceda. " Pero algunos de los hijos
de Dios guardan luto toda su vida." Por su propia culpa, pues el Señor no les ha
pedido eso. Las Escrituras nos enseñan: "¡Regocijaos en el Señor siempre!" dice
el Apóstol: "Otra vez os lo digo: ¡Regocijaos!" "Pero, ¿acaso no hay momentos en
los que nos podemos entregar a nuestra vena melancólica y cultivar la tristeza?"
Bueno si lo haces así, verás que pronto crece. Dios trata a sus hijos a menudo
como sé que algunos padres tratan con sus hijos; si sus hijos oran pidiendo
aflicciones las tendrán hasta que comiencen a pedir con diez veces más ganas que
los libre de ellas. Si el pueblo de Dios no clama por nada, pronto tendrá algo
por lo cual clamar. Si quiere agregar miseria a su vida, pronto verá muchas
miserias sumadas a la suya. Pero en cuanto a la promesa y en cuanto al precepto,
es la responsabilidad constante y el trabajo diario, cada hora, del verdadero
creyente, deleitarse en el Señor su Dios.
Antes de dejar este punto,
respondo otra pregunta.
¿Por qué es tan raro deleitarse en Dios? ¿Por qué
se ve a tantos cristianos deprimidos? ¿Por qué hay tantos cristianos que dudan?
¿Por qué vemos también a tantas personas cuya religión más bien parece un yugo,
un yugo muy pesado por cierto? Me temo que se debe a que por un lado hay poca
religión genuina y por el otro hay muy poca religión de tonos profundos, en lo
poco que hay de genuino. ¡No me sorprende que sea infeliz el hombre que tiene
una religión que no es del corazón! Habrán visto gente con perros de ciertas
razas que no gustan del agua, y si los meten al agua, ¡con qué prontitud salen
de ella! Pero hay perros de otras razas, que nadan horas y horas, y se deleitan
en ello. Así, entonces, hay hombres que profesan ser cristianos pero que son
reconocidos hipócritas por el hecho que su religión está en contra de su
voluntad. Han sido llevados a la religión, y desean salirse pronto. Pero el
verdadero cristiano se entrega a su religión con ardor y deleite, por la Gracia
Divina. La ama, se deleita en ella. Una de las mejores pruebas para discernir
entre un hipócrita y un verdadero cristiano, es esta: Job dice del hipócrita:
"¿Se deleitará en el Todopoderoso?" No, el hipócrita estará a disgusto. El
hipócrita será infeliz. El hipócrita se tornará tan miserable como lo puede ser
alguien, llegado su momento. Nunca
pudo, y nunca
puede, y nunca
podrá deleitarse en Dios como regla.
Puede experimentar cierto
gozo en las circunstancias externas, pues aun Herodes escuchaba con agrado a
Juan. Pero eso es sólo un espasmo. Sólo el verdadero creyente puede tener una
constante y permanente satisfacción y deleite en el servicio y el amor de Dios.
Esta es una evidencia tan segura e infalible, que si alguno de ustedes se
deleita en Dios, yo concluyo sin ninguna duda, que su alma se ha salvado. Pero
si por otro lado alguno de ustedes no experimenta ningún deleite en Dios, de
ningún tipo, yo dudaría que haya conocido a Dios, pues de haberlo conocido
debería experimentar algún grado de deleite en Él.
"¿Pero, de qué sirve
este deleite?" podría preguntar alguien. "¿Por qué los cristianos deben ser
personas alegres?" Pues es bueno en todos los sentidos. Es bueno para nuestro
Dios. Cuando nosotros somos felices, damos honor a Dios. También es bueno para
nosotros. Eso nos fortalece. "No os entristezcáis, porque el gozo de Jehovah es
vuestra fortaleza." Es bueno para los impíos. Porque cuando ven que los
cristianos se alegran, ansían ser creyentes ellos también. Es bueno para
nuestros hermanos cristianos. Los consuela y les levanta el ánimo. Si por el
contrario, nos vemos deprimidos, propagaremos la enfermedad y otros estarán
infelices y deprimidos también. Por todas estas razones y por muchas más que
podrían argumentarse, es una cosa buena y placentera que un creyente se deleite
en Dios.
II. Ahora voy a referirme al segundo punto del tema,
brevemente. "Y él te concederá los anhelos de tu corazón." AQUÍ TENEMOS UNA
PROMESA MÁS PRECIOSA QUE LOS RUBÍES. ¿Qué conexión hay entre la primera parte
del texto, "Deléitate en Jehovah" y la segunda, "Y él te concederá los anhelos
de tu corazón"? Hay esta conexión: los que se deleitan en Jehovah califican para
que se cumpla en ellos la promesa. Están calificados, en primer lugar, en cuanto
a sus deseos. No sería sensato que Dios cumpliera los deseos de los corazones de
todo el mundo; sería más bien la ruina de ellos. Una de las mejores cosas que
hace el Señor a favor de ciertos hombres es contenerlos y frustrarles el camino.
Muchos hombres han llegado al cielo porque no les fueron cumplidos sus deseos,
y, más bien, se habrían ido al infierno si se les hubieran cumplido. Los impíos
tienen deseos que los llevarían al hoyo, y cuando rehúsa cumplirles sus deseos,
es como si Él hubiera puesto cadenas y postes y barreras en el camino para
evitar que fueran en "entrega inmediata" a su propia destrucción. El impío no
está calificado para recibir la promesa, porque desea cosas que no dan gloria a
Dios ni le benefician a él mismo. Pero cuando un hombre se deleita en Dios,
entonces sus deseos son de naturaleza tal que Dios puede ser glorificado al
cumplir sus deseos, y el hombre puede beneficiarse al recibir ese
cumplimiento.
También, deleitarse en Dios califica al creyente no sólo
para desear lo correcto, sino para usarlo en forma correcta. Si algunos hombres
obtuvieran lo que desean sus corazones, harían un mal uso de lo que obtienen, a
pesar de todo. Y así les ocurriría lo que pasó con los antiguos israelitas, que
mientras aún tenían la carne en su boca, les vino la maldición de Dios. Pero el
que se deleita en Dios, cualquier cosa que obtenga, la sabe utilizar muy bien.
La gente dice que el uso es una segunda naturaleza. Hermanos míos, el
abuso es la primera naturaleza. Abusar de las misericordias va más acorde
con la naturaleza del hombre, que usarlas adecuadamente. Pero cuando el creyente
se deleita en Dios, cualquier cosa que reciba de Dios la gastará adecuadamente.
Esto no es un sacrificio para él, ni mucho menos un dios ante el cual se
inclinará ni adorará.
Pero, por la gracia de Dios, el creyente convierte
todo en un medio de servir mejor a Dios y deleitarse más en su Señor. Los ríos
de los hombres del mundo corren en
dirección opuesta al mar. En cambio
los ríos de los hombres cristianos, corren hacia el mar. Si un hombre del mundo
navega sobre el arroyo de sus misericordias, se aleja más y más de Dios y se
convierte más y más en un idólatra. Pero cuando el cristiano recibe
misericordias, navega cada vez más cerca de su Dios. Y así sus misericordias se
convierten en autopistas que conducen al Trono del mismo Dios.
"Sin
embargo," alguien se preguntará, "¿cuáles son esos deseos que nos serán
concedidos con seguridad?" Ahora, hermanos míos, debemos identificar a los que
se deleitan en Dios, y estoy seguro que el radio de acción de sus deseos es
bastante limitado. Si tuviera el deseo de mi Dios hoy, no es mucho decir que no
hay cosa terrenal que yo pudiera desear ya que: "Todo lo he recibido y tengo
abundancia." Si el Apóstol Pablo se encontrara aquí, quien no poseía nada, y a
menudo se encontraba sin ropa, y pobre, y miserable; estoy persuadido que si
viera cumplido su deseo, diría: "No hay nada que deseo, absolutamente nada sobre
la tierra, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo."
Pero si
debo tener algún deseo, hermanos míos, sé lo que desearía. Desearía ser
perfecto, ser libre de todo pecado, de toda imperfección, de mi yo, de toda
tentación, de toda forma de amor al mundo y de todo cuidado de cualquier tipo
que sea contrario a la Palabra de Dios. ¿Acaso no es ese el deseo de los que se
deleitan en Dios? ¿Acaso no exclamarían ustedes, si un ángel se pusiera frente a
ustedes en el lugar en que se encuentren, acaso no dirían: "Si me permites,
quiero ser perfectamente libre hasta del nombre del pecado y de la naturaleza
del pecado, y de su culpa y de su poder?"
Tu deseo se verá cumplido; el
Señor te dará el cumplimiento del deseo de tu corazón. Pero oigo que alguien
comenta: "Si pudiera ver mi deseo cumplido sería que yo pudiera vivir más cerca
de Cristo. Deseo tener una comunión más constante con Él. Anhelo conocerle a Él
y el poder de Su resurrección, ser hecho semejante a Él en Su muerte." Hermano
mío, me uno a tu deseo. Estoy seguro que si te ofrecieran diez reinos por un
lado, y esta comunión con Cristo por el otro, ¿me equivoco acaso cuando digo que
preferirías tener comunión con Cristo a todos esos reinos? Pues bien, el Señor
te concederá los anhelos de tu corazón. Solamente deléitate en Jehovah.
Alguien más dice: "si yo pudiera ver cumplido mi deseo, quisiera tener
todas esas cosas pero además quisiera poder ser útil todo el tiempo." Ah, ¡ser
útil! ¿Cuántos hombres no viven como la rana de Belzoni en las pirámides de
Egipto, que estuvo allí durante dos mil años? Y qué hizo todo ese tiempo sino
dormir a ratos y a ratos estar despierta. De la misma manera algunos hombres
viven sin hacer nada. Muchos de ustedes dirán: "Si mi deseo fuera concedido, me
gustaría ser útil. Ganar coronas para Cristo, salvar almas para Él , traer al
redil ovejas perdidas." Hermanos y hermanas, deléitense en el Señor y Él les
concederá sus anhelos. Tal vez no exactamente de la forma que ustedes lo
expresarían. Tal vez no puedan servir en la esfera en que ustedes aspiran, pero
sin duda serán de utilidad de la manera que Dios quiere y en la medida que Él
quiere.
Sin embargo, debo agregar una cosa. Tengo un deseo, que si lo
pudiera compartir, sabiendo que me será concedido, sería este anhelo que todos
ustedes se conviertan. Madres y padres, ¿acaso no dicen ustedes: "El anhelo de
mi corazón es que mis hijos se salven, no tengo mayor gozo que este, que mis
hijos caminen en la Verdad de Dios?" Y yo como ministro les digo, mi más
ferviente deseo, mi más caro anhelo, el deseo más elevado que conozco, el que mi
alma siente con mayor intensidad, y que espera alcanzar con más ganas, una meta
grande y altruista, es que pueda presentar a cada uno de ustedes perfecto ante
Dios al final. No sólo para ser inocente de su sangre, lo que en sí mismo es
grande, sino para tenerlos junto a mí cuando diga: " Aquí estoy, Señor, y a los
hijos que me diste para Cristo."
Oh, a ustedes, miembros de esta iglesia,
les pido que oren para que su ministro se deleite en Dios, para que así Él le
conceda el anhelo de su corazón. Y les pido que ustedes también que se deleiten
en Dios, para que cuando vengan a Dios en oración y oren por esta congregación,
puedan tener seguridad que Él les concederá los anhelos de su corazón, porque se
han deleitado en Él. Cuando Martín Lutero caminaba por las calles, los que le
veían susurraban: "Ahí viene un hombre que obtiene todo lo que le pide a Dios."
Se preguntarán: ¿Por qué? Simplemente porque Lutero se deleitaba en Dios. Si
tuviéramos hombres de esa talla en esta congregación y en esta iglesia, que
amaran al Señor y se deleitaran en Él, ¡qué efecto no tendrían sus
oraciones!
Estos son los hombres que poseen las llaves del cielo, y de la
muerte y del infierno. Todos estos son los hombres que pueden abrir el Cielo o
cerrarlo, hacer que llueva o que no llueva. La iglesia de Roma pretende que ella
tiene las llaves. ¡Pero la Iglesia de Cristo tiene las llaves sin pretender
tenerlas y estas llaves cuelgan del cinturón de los hombres que se deleitan en
Dios! Mediante sus oraciones, ustedes pueden conseguir tales lluvias del
Espíritu sobre la Iglesia Cristiana, que el desierto se regocijará y florecerá
como una rosa. Y si dejan de deleitarse en Dios pueden cerrar al Cielo mismo, de
tal manera que no descienda la lluvia y la Iglesia entera se vuelva estéril y
otra vez sin frutos.
Recapitulando. Fíjense bien en esto, esto es lo
único en lo que se puede deleitar un hombre y ver cumplidos sus deseos. Hay un
hombre que se deleita en el dinero, pero no obtiene su deseo. Obtiene su dinero,
pero nunca alcanza la satisfacción que esperaba. Hace unos pocos días leíamos en
el periódico acerca de alguien que tenía un éxito notable en su profesión, pero
que recientemente había intentado suicidarse bajo la preocupación que iba a
perder todo a causa de la guerra en Estados Unidos. Recordamos también en esta
gran ciudad (Londres) a uno de los más grandes comerciantes que cuando murió
tenía una fortuna mayor a tres millones de libras esterlinas -en esa cantidad
fueron valuadas sus propiedades- quien en la última etapa de su vida se había
acostumbrado a recibir el mismo salario que su jardinero y estaba convencido que
debía de morir en un asilo. (Nota: su insatisfacción en las alturas lo hacía
buscar en el valle).
Había recibido todo lo que un hombre podría desear,
y dinero en abundancia, pero no vio cumplido el deseo de su corazón. Se había
deleitado en su oro, pero no recibió el deseo de su corazón. Así hemos conocido
a hombres que se han deleitado en la fama, y cuando la han tenido, habrían hecho
cualquier cosa para liberarse de ella. Han sido grandes estadistas, o valerosos
guerreros, y han alcanzado gran renombre. Pero habiendo obtenido toda la fama y
habiendo llegado a su pináculo, no encontraron lo que ellos esperaban y han
dicho: "Hubiera preferido vivir en la oscuridad, porque tal vez así hubiera
encontrado alguna satisfacción."
Y miren a muchos entre ustedes mismos.
Cuando eran aprendices, el deseo de su corazón era llegar a ser maestros en su
profesión. Pues bien, cuando llegaron a dominar su profesión, ¿qué pasó? Querían
especializarse, y luego poder independizarse. Bueno, lo hicieron y prosperaron.
¿Han visto cumplido el anhelo de su corazón? ¡Oh, no! Ése se ha adelantado un
poco más. Ahora, esperan hasta poder educar a su gran familia y después cuando
sus hijos se hayan independizado, buscarán una residencia en los suburbios donde
se puedan retirar y pasar cómodamente el resto de sus días.
Y algunos de
ustedes poseen su casa de campo y han concluido sus actividades productivas. ¿Se
les ha concedido el anhelo de su corazón? Bien, pues no es así. Hay algo que
todavía desean. Ah, sí, obtener el deseo del corazón de un hombre es como
perseguir a un fantasma. Está aquí y allí y en todas partes; en un momento está
sobre una colina y al ratito está allá abajo en el valle. Saltas sobre él pero
ahora ya está sobre la siguiente colina allá, y en la que sigue, y tu búsqueda
es inútil. En este mundo la satisfacción es como el diamante que el necio ve
colocado al pie del arco iris. Corre para tomarlo pero conforme avanza, el arco
iris se aleja para mantener siempre la misma distancia, y nunca puede encontrar
lo que esperaba. Si quieres tener el deseo de tu corazón, deléitate en tu Dios.
Dale tu amor. Dale tu corazón. Lánzate a lo profundo del arroyo y tendrás todo
lo que pudieras desear. El deseo de tu corazón en todo su alcance te será
concedido.
¿Hay alguien entre mis lectores que no se puede deleitar en
Dios? No puedes. No puedes. ¿No puedes? Tú dices: "¿Cómo me puedo deleitar en
Dios? Él está enojado conmigo." Tienes razón, no puedes. ¿Cómo puede deleitarse
en Dios aquel cuyos pecados no han sido perdonados, sobre quien permanece en
todo momento la ira de Dios? ¿Puede un hombre deleitarse ante un león rugiente o
ante una osa en el campo a la que le han quitado sus crías? ¿Puede un hombre
deleitarse en un fuego que consume? ¿Puede un hombre deleitarse ante la espada
desnuda que busca traspasar su corazón? Dios es todo eso para ti mientras estés
fuera de su gracia. ¿Cómo puedes entonces deleitarte en Dios?
Hay un paso
que es necesario: cree en el Señor Jesucristo, y entonces te deleitarás en el
Señor. Esto es, confía en que serás salvado por Cristo. Ve y ponte en las manos
de Cristo para que tus pecados te sean quitados. Y cuando hayas confiado en
Cristo, sabrás que tus pecados te son perdonados, que has sido reconciliado con
Dios por la muerte de su Hijo. Y puedes seguir tu camino y deleitarte en Dios,
pues la promesa es esta: tu deseo será cumplido.