lunes, 17 de junio de 2013

ABA PADRE

Extracto de la prédica del domingo 16 de Junio en Iglesia Visión Jesed, Heredia.

ABA PADRE.
En ocasión de ser el día en que se celebra el día del padre, me ha parecido oportuno predicar este sermón alusivo a la paternidad de Dios.
Para comenzar debo decir que la paternidad de Dios nunca fue bien entendida en el pasado, bien que los hombres han invocado a Dios desde la antigüedad, y aunque es cierto que los judíos alguna vez llamaron padre a Dios, el ser humano jamás comprendió la profunda verdad de la benigna paternidad de Dios. Pero Dios siempre ha querido mostrar al ser humano la hermosa verdad de su paternidad. Con ese fin estableció la paternidad humana, para que los padres tuviéramos el privilegio de representar la paternidad misma de Dios aquí en esta tierra. Pero los hombres hemos sido siervos negligentes al cumplir con esta encomienda de Dios, pues hemos ensuciado el ejercicio de la paternidad al ser ásperos, injustos, desamorados y malos protectores, al ser malos formadores y proveedores de nuestros hijos. Pero el deseo de Dios es que los padres sean un reflejo de la paternidad de Dios aquí en la tierra; que al ejercer nuestra paternidad, nuestros hijos tengan una clara noción de lo que es Dios como Padre Bueno, que nuestro ejercicio de la paternidad imprima  en sus conciencias una imagen  correcta de lo que es Dios, para que cuando Dios toque las puertas de sus corazones nuestros hijos tengan la confianza de acercarse con confianza a los brazos del Amante Padre Celestial. Pero como ya dije antes, los hombres hemos fallado al cumplir este deseo de Dios. Claro que hay razones que causan ese fallar nuestro al dejar de alcanzar este buen propósito de Dios. Y la razón quizá más importante de este fallo o fracaso en nuestro cumplimiento sea la lejanía de nosotros con Dios. Siendo que Dios es nuestro modelo, se hace sumamente necesario que estemos tan cerca de Él como sea posible para aprender de él la forma en que debemos cumplir con la misión de ser padres que representemos la mismísima paternidad de Dios; porque, ¿cómo puede uno representar a alguien a quien no conoce de cerca? Este sermón pues, tiene la intención de mostrar la benigna paternidad de Dios, primeramente, para que nos llenemos de confianza al acercarnos a Dios, y segundo, para que nos inspire a cumplir con la dignidad que corresponde el ser representantes de la paternidad de Dios para con nuestros hijos.

Como ya se dijo anteriormente, la lejanía con Dios nos impide poder representar su paternidad fielmente. Y es en este punto donde se hace primordial la necesidad de que alguien que haya sido íntimamente cercano a Dios nos pueda transmitir el conocimiento de cómo es El Padre Celestial. Es así que la persona y enseñanzas de nuestro Señor Jesucristo cobran relevancia suprema. Ya que es Jesucristo el único que ha descendido del cielo, es él el único que ha venido desde el mismo seno del Padre. Las Escrituras dicen: A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer. (Juan 1:18). Este texto pone de relieve la importancia de nuestro Señor Jesucristo como testigo único y plenamente autorizado para enseñarnos la verdad acerca de Dios el Padre. Y esto es así, no solo por ser Cristo uno que veía constantemente a Dios, sino que él era íntimo de Dios Padr , pues él está en el seno mismo de Dios.
Nuestro Señor Jesucristo, pues, es el más indicado para dar a conocer la verdadera paternidad de Dios. Esta comprensión la llegaron a adquirir los discípulos de Jesús. Y sabiendo que necesitaban obtener el verdadero conocimiento de quién es verdaderamente Dios, le rogaron a Jesús que les enseñara acerca de cómo tener la misma confianza que Jesús mismo tenía para con el Padre Celestial.
En Mateo capítulo 6 encontramos una petición importante que los discípulos de Jesús le formulan respecto de cómo orar. Ellos han visto la confianza con que Cristo se acerca en oración a Dios y cómo éste le responde, y están admirados de esta relación de confianza y comunión, y quieren este beneficio para ellos mismos en su relación con Dios. Cristo, pues, va a descubrirles cual es el secreto de su relación de confianza con el Dios Eterno y Poderoso de cielos y tierra: él les refiere que su confianza al orar y tener comunión con Dios esta fundamentada en el hecho de que Dios es su Padre, y que este mismo hecho es cierto acerca de ellos y Dios, y que por tanto, ellos también pueden ejercer eta misma confianza al orar y tener comunión en su relación con el Eterno y Poderoso Dios de los cielos.
Nuestro Señor Jesucristo plasma su enseñanza acerca de la confianza al orar en Mateo capítulo 6 donde les da el modelo de oración al que hemos llamado como “el padre nuestro” pero esa no es una oración como hemos pensado tradicionalmente, sino que esas palabras contenidas en el padre nuestro son un modelo para la oración, y es la enseñanza fundamental de la razón por la cual entendemos y aprendemos a tener confianza al orar. De esas palabras recopiladas por Mateo podemos aprender que nuestro Señor Jesucristo está diciendo:
En razón de que Dios es mi Padre y el de ustedes, por ello:
a)    Ustedes pueden acercarse con confianza al Dios de los Cielos. Por eso, al orar ustedes háganlo como quien se acerca al mejor de los padres, como quien se acerca a un buen y amoroso padre. Pero no olviden que este Padre no es un padre cualquiera, sino que deben tener en sus conciencias que este buen padre es el Dios Altísimo de los Cielos. Y por eso,
b)    Ustedes deben santificar su nombre. Al orar tengan en la mas alta estima el nombre de su Padre Celestial, porque todo padre merece honra. Y es que debemos saber que el hecho de que Dios demanda que los hijos honren a sus padres se basa en el hecho de que los padres terrenales son una figura de la paternidad misma de Dios.
c)    Ocúpense de los negocios de su Padre Celestial. Entiendan que Dios tiene un reino en los cielos, el cual quiere extender a la tierra que ustedes habitan. Y recuerden que todo buen hijo cuida la hacienda de su padre y se ocupa de que esa hacienda se aumente. Ustedes, pues, deben desear que el Reino de Los Cielos sea sobre ustedes estableciéndose en esta tierra. Y por causa de que Dios es su Padre ustedes deben trabajar en la extensión de ese Reino de Dios, y poner su corazón en ello.
d)    Y en razón de que Dios es su padre, el cual es Altísimo en dignidad, ustedes deben obedecerle, acordándose que él no solo es su Buen Padre Celestial, sino que además es su Rey que reina en los cielos. Y como siendo que no hay padre sin honra ni rey sin obediencia, reconozcan el Señorío de su Buen Padre Celestial, el cual debe reinar en sus corazones y en su entorno. Por ello, deseen que la voluntad de Dios sea hecha aquí en la tierra como se hace en la tierra. Pero entiendan que el primer lugar en que debe hacerse la voluntad de Dios es en sus corazones. Se puede decir con certeza que nuestro Señor Jesucristo está diciendo a sus discípulos que si ellos se ocupan de honrar a Dios, si santifican su nombre y se ocupan de su reino, y si se ocupan de que la voluntad de su buen Padre Celestial sea hecha aquí en la tierra, en consecuencia,
Ellos pueden esperar que Dios les provea de todo aquello que tengan necesidad en su diario vivir, pues en razón de que Dios es su padre, y que, consecuentemente ellos le honren y sirvan, cual buen y justo padre, Dios se ocupará de ser su buen y eficiente proveedor. Es en razón de que Dios es nuestro Buen Padre Celestial que podemos pedirle que supla nuestras necesidades. En este respecto jamás seremos inoportunos con Dios al presentarle nuestras peticiones. El hecho de que él sea nuestro Padre garantiza su benevolencia hacia nosotros, y nunca estará mal que usted y yo presentemos a diario nuestras necesidades ante el trono de su gracia. Mas bien, Dios vería como impropio el que uno de sus hijos presentara sus necesidades ante otros que no tienen esta misma relación de paternidad, y, de igual manera que cualquiera de nosotros se disgustaría al encontrar  a sus hijos pidiendo aquellas cosas que solo a nosotros como padre nos corresponde suplir, también Dios vería como impropio que sus hijos tengan mas confianza  de pedir a otros que a él mismo. Pedir para nuestras diarias necesidades, es uno de los mas grandes privilegios que nos da el hecho de que Dios sea nuestro Padre Celestial. Pero resulta penoso ver como los creyentes se vuelven mendigos pidiendo a otros antes que a su Buen Padre Celestial. Es triste ver que hay una ceguera en relación a esta verdad de que Dios es nuestro buen Padre Celestial que nos provee, siendo Dios rico en abundancia. Esto me recuerda una de las parábolas de nuestro Señor Jesucristo.  En Lucas 15, Cristo habla de dos hijos que tienen un buen padre, y de ellos, el mayor parece ser alguien esforzado en los negocios de su padre, pero que no se logra sentir en confianza de disfrutar de los bienes de su padre, mientras que el menor usa en abundancia las riquezas de su padre al punto de gastarse su parte de la herencia, pero que a pesar de eso el padre todavía le da con generosidad de sus mejores bienes, ante lo cual en hijo mayor reclama: [He aquí, tantos años te sirvo, no habiéndote desobedecido jamás, y nunca me has dado ni un cabrito para gozarme con mis amigos. Pero cuando vino este tu hijo, que ha consumido tus bienes con rameras, has hecho matar para él el becerro gordo. El entonces le dijo: Hijo, tú siempre estás conmigo, y todas mis cosas son tuyas] Lucas 15:29-31. De la misma forma hoy día existen hijos de Dios que no han descubierto que la razón de que Dios sea su Buen Padre les abre las puertas del disfrute de su provisión. Y esto es lo que en buena medida les enseña nuestro Señor Jesucristo a sus discípulos en el capítulo 6 de Mateo en los versos 9 al 15.
e)    En razón de que Dios es nuestro padre es natural que nosotros sus hijos le imitemos. Esta verdad es enseñada por Jesucristo en capítulo 5 donde exhorta a sus discípulos a ser perfectos como su Padre Celestial. Allí les dice que el Padre celestial es virtuoso dando de su bondad y generosidad a buenos y malos, y que por tanto, para que ellos como hijos reflejen la paternidad de Dios deben amar no solo a sus amigos sino también a sus enemigos. Y también otras escrituras del Nuevo Testamento encontramos esta implicación natural de esta relación de la paternidad de Dios sobre nosotros sus hijos. Por eso, en ocasión de este día especial en que se celebra la paternidad humana, y que en buena medida por ello nos viene al recuerdo la tierna forma en que nuestros pequeños hijos nos han imitado de tantas tiernas maneras haciendo aquellas cosas que nosotros hacemos como rasurarnos, vestirnos etc. Resulta oportuno recordar que de la misma manera debemos tratar de imitar las obras de nuestro Buen Padre Celestial, pues resulta natural que los hijos quieran y anhelen imitar a sus padres. Pero en este punto debemos reconocer que para imitar a alguien hace falta una cercanía con él, pues no podemos imitar las obras de aquel a quien no tenemos cerca, no podemos imitar a quien no conocemos ni sabemos de cerca cómo actúa. De nuevo aquí cobra relevancia la persona de Jesucristo. Viene a mi mente sus palabras que dicen: [Respondió entonces Jesús, y les dijo: De cierto, de cierto os digo: No puede el Hijo hacer nada por sí mismo, sino lo que ve HACER AL PADRE; porque todo lo que el Padre hace, también lo hace el Hijo igualmente] Juan 5:19. Esta escritura nos demuestra efectivamente que a un hijo de Dios le es natural hacer o imitar lo que ve hacer a su padre. A Cristo le resulto fácilmente natural el hacer las cosas que había visto hacer a su propio padre, a Cristo le resultó natural el hablar lo que había oído hablar a su padre. Y para que Cristo pudiera ver actuar y oír hablar a su Padre le fue necesario e imprescindible el estar íntimamente cercano a él. De la misma forma, nosotros como hijos de Dios debemos imitarle como cosa natural en consecuencia de nuestra naturaleza de hijos, pero sigue siendo imprescindible que también nosotros seamos íntimamente cercanos a Dios nuestro Buen Padre Celestial, para que ello nos de la oportunidad de conocer sus obras y sus palabras, para que luego las podamos imitar.
En razón de Dios es nuestro Padre Celestial se nos da un lenguaje secreto y especial a través del cual podamos comunicarnos efectivamente con Nuestro Buen Padre Celestial. Este lenguaje no nos es enseñado por hombre alguno, ni viene en tomos escritos, sino que este lenguaje nos viene como un sistema operativo implantado en nuestro interior por el mismo Espíritu de Dios que es depositado en nuestro espíritu humano para que él nos enseñe ese lenguaje efectivo de comunicación. La razón de Cristo tuviera la maravillosa comunicación que mantenía con el Padre Celestial no se hallaba en ninguna técnica humana que hubiese aprendido, ni en ningún secreto que maestros iluminados le hubieran trasmitido; su secreto radicaba en el maravilloso hecho de haber sido dotado con la presencia del Maravilloso Espíritu de Dios. Bien sabemos que humanamente los padres tenemos lenguajes especiales con que nos comunicamos con nuestros hijos, y que es imposible que nosotros no respondamos a ese lenguaje cuando nuestros tiernos retoños lo ponen en acción. Mis hijos me dicen cariñosamente “pa” y a ningún otro llaman “pa” y yo no puedo dejar de responder a esta palabra que sale del inconfundible timbre de sus voces. Por su parte la palabra de Dios nos muestra que Dios nos ha dado su Santo Espíritu para dotarnos de un lenguaje especial que llega directo al corazón de Dios, sin importar el lugar físico del que clame alguno de sus hijos. Dios jamás dejará de atender ese lenguaje de llamado de sus hijos, sin importar el lugar o las circunstancias, Dios responderá a ese lenguaje. Ese tierno llamado que el Espíritu nos faculta a ejercer es directo al corazón del Padre Celestial, y aunque Dios no siempre te dará lo que deseas, siempre es seguro que él vendrá en tu auxilio. Un caso relevante que nos sirve de ejemplo en cuanto a la efectividad de este lenguaje se haya en los evangelios, allí, Cristo se haya en profunda angustia por el inminente sacrificio que le llevará a la muerte, y estando en esa angustia clama con ese lenguaje del Espíritu y dice: ABA PADRE. Lo cual puede traducirse como “papito mío” y aunque el designio de Dios es que él muera en expiación por el pecado de los seres humanos, no puede resistir al tierno lenguaje del Espíritu y se hace presente ante el clamor de su Hijo y lo reconforta y lo fortalece para terminar de cumplir su misión. Es de la misma forma que funcionó con Cristo que también con nosotros funciona este lenguaje de paternidad entre Dios y nosotros.  Y fue precisamente por eso que Cristo tuvo que morir en la cruz para darnos a nosotros la posibilidad de ser hechos cercanos a Dios al adoptarnos como hijos para que se nos diera también a nosotros el mismo Espíritu de su amado Hijo para pudiésemos clamar con efectividad a Dios a través de ese maravilloso y único lenguaje de paternidad espiritual de Dios. La escritura dice: [para que redimiese a los que estaban bajo la ley, a fin de que recibiésemos la adopción de hijos. Y por cuanto sois hijos, Dios envió a vuestros corazones el Espíritu de su Hijo, el cual clama: ¡Abba, Padre!] Gálatas 4:6. Así que cualquiera sea tu angustia o necesidad, puedes tener la certeza de que si clamas a Dios con el lenguaje del Espíritu, tú puedes estar seguro que nuestro Padre Celestial vendrá en tu auxilio. Y aunque según sea el designio de Dios, algunas veces no te librará de enfrentar la prueba, jamás te dejará sin consuelo o fortaleza para enfrentar tus más duras pruebas en la vida. Es vano tratar de lograr una comunicación eficaz con Dios a través de argumentos y razones humanas. Lo que es eficaz es clamar con el lenguaje especial de paternidad que Dios nos dio en la adopción de hijos suyos. La palabra de Dios nos dice: [Y de igual manera el Espíritu nos ayuda en nuestra debilidad; pues qué hemos de pedir como conviene, no lo sabemos, pero el Espíritu mismo intercede por nosotros con GEMIDOS INDECIBLES] Rom. 8:26.
Pero hay más…
f)     En razón de que Dios es nuestro Buen Padre Celestial, nosotros como adoptados hijos suyos somos hechos herederos, y no simples herederos, sino coherederos con Cristo. Este hecho maravilloso de la paternidad de Dios sobre nosotros revela la profundidad del gran amor de Dios hacia cada uno de sus ahora hijos, ya que en el pasado sin Cristo estábamos lejanos de la paternidad de Dios, y, cual vagabundos desamparados, estábamos sucios por el pecado y sin el calor del hogar de un buen padre. Estando en esa penosa condición, y siendo totalmente indignos del amor del Padre Celestial, él nos amó y nos adoptó como hijos suyos por puro afecto de su buena voluntad para con nosotros. La escritura dice: [Bendito sea el Dios y Padre de nuestro Señor Jesucristo, que nos bendijo con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo, según nos escogió en él antes de la fundación del mundo, para que fuésemos santos y sin mancha delante de él, en amor habiéndonos predestinado para ser adoptados hijos suyos por medio de Jesucristo, según el puro afecto de su voluntad] Efesios 1:3-5.
Demos siempre gracias a Dios quien nos amó con amor eterno, y en su infinita gracia para con nosotros no solo nos adoptó como hijos, sino que nos dio herencia eterna con Cristo Jesús.

¡Que maravillosa verdad: tenemos a Dios como Nuestro Padre Celestial¡ ¡Celebremos su amor a diario, honrémosle y sirvámosle con alegría¡ Aprendamos a imitarle estando íntimamente cercanos a él; ¡gocémonos en una comunicación de un lenguaje único y especial del Espíritu, y gocemos de su provisión y herencia¡

jueves, 26 de enero de 2012

EL REINO DE LOS CIELOS


EL REINO DE LOS CIELOS
El presente estudio se publica con el objetivo de que el creyente pueda entender lo que es el Reino de los cielos, y lo que éste implica.  En este estudio estaremos abordando temas tales como: La definición del reino de los cielos, Su extensión, Los beneficiarios de ese reino, Lo que implica ser parte de ese reino, Los valores del reino, así como otros tópicos importantes relacionados con el reino de los cielos.
Nota: Este estudio se irá completando poco a poco, según el tiempo me lo permita. El bosquejo de las partes principales estará publicado pero sin contenido, pero ese contenido será publicado hasta completar el bosquejo completo.

DEFINICIÓN DE REINO
Dado que en la actualidad son pocos los reinos que aún subsisten en el planeta, y que no vivimos bajo reinos terrenales que nos den una comprensión de hecho de lo que es un reino, y de lo que éste implica. Eso hace que no podamos comprender claramente lo que nos comunica la palabra de Dios cuando nos habla del Reino de Los Cielos. Es por ello que antes de comenzar a hablar del Reino de los Cielos es conveniente definir lo que es un reino. 
Un reino, pues, es una extensión física  o un ámbito donde la autoridad de un rey se manifiesta, y en donde todas las cosas se ven afectadas por el poder y dominio del rey, estableciéndose su voluntad a través de sus leyes, normas y decretos. Y dicho mas simplemente, reino es un lugar donde reina un rey. Y aplicado esto a lo que es el reino de los cielos, podemos decir que, EL REINO DE LOS CIELOS es el establecimiento del gobierno de Dios, el ámbito donde se establece el reino de su voluntad.

LA CAUSA DE LA INJUSTICIA QUE REINA EN EL MUNDO

Al comienzo de la humanidad Dios comisionó al hombre para que éste fuera un gobernador que cuidara de mantener el cumplimiento de la voluntad de Dios en la tierra. Dicho de otro modo, Dios planeó establecer su reino en la tierra a través del hombre haciéndolo gobernante sobre toda la demás creación, y para que éste fuera una extensión de Dios mismo. De esto podemos encontrar referencias en el primer libro de La Biblia: "Y creó Dios al hombre a su imagen, a imagen de Dios lo creó; varón y hembra los creó. Y los bendijo Dios, y les dijo: Fructificad y multiplicaos; llenad la tierra, y sojuzgadla, y señoread en los peces del mar, en las aves de los cielos, y en todas las bestias que se mueven sobre la tierra" (Génesis 1:27,28). El hombre, pues, debía gobernar la tierra como si Dios mismo estuviera ejecutando su gobierno, como si Dios mismo estuviera reinando sobre la tierra. Y en eso estaría asegurada la dicha del ser humano, ya que el mundo sería gobernado con las virtudes de Dios: El mundo sería un lugar en el que reinaría la justicia y el amor, dando como resultado un mundo de paz, de amor y de perfección moral. Ésa fue la la voluntad de Dios para el ser humano y para este mundo en que vivimos. Pero la realidad actual está tan lejos de ese deseo de Dios al punto punto de que es la injusticia la que ha llegado a establecer su reinado. 
Nuestro mundo pues, se ha salido del plan inicial de Dios. Y es por ello que, en un modo general, este mundo está fuera del reino de la perfecta voluntad de Dios. Eso ha degenerado en una gran cantidad de calamidades que el ser humano ha venido experimentando a lo largo de su existencia. Esas calamidades que sufre la humanidad son el producto de su alejamiento de la voluntad de Dios. Pero irónicamente, el ser humano cuando está ante las tremendas injusticias muchas veces culpa a Dios por sus desdichas. Son muchas las ocasiones en que, ante la injusticias, en el mundo han resonado estas quejas: "Y dónde está Dios" "Y si Dios existe, porqué hay tanto sufrimiento en este mundo" etc, etc, etc. Pero no es Dios el responsable de nuestras calamidades, sino nosotros mismos, que en nuestro obstinado corazón hemos desechado la voluntad de Dios, y en cambio hemos establecido la nuestra. Pero eso ha causado que ya no sean las virtudes de Dios las que rijan nuestro mundo, sino los mezquinos intereses del ser humano corrupto en el cual impera el egoísmo. Otra cosa muy distinta sería si el hombre al gobernar ejecutara la voluntad de Dios; si Dios fuese quien reinara, dado que Dios es justo por naturaleza, ello implicaría que el reino de su voluntad daría como resultado el establecimiento del gobierno de la justicia. Pero al salirse el hombre del gobierno de Dios, por consecuencia, esto ha desembocado en que el ser humano viva regido por una injusticia imperante. Es por eso que nuestro mundo es un lugar donde hay todo tipo de depravación, inmoralidad, explotación, hambre, guerras, violaciones de toda índole etc, etc. Todo esto nos deja ver que la injusticia reina nuestro mundo. 
Ante esa triste realidad del reino de la injusticia que ha echado raíces en nuestro mundo, solo queda buscar con anhelo que la voluntad de Dios sea restituida sobre la humanidad, y que el ser humano anhele la justicia de Dios; que de lo profundo de sus corazones los hombres clamen al Cielo por el establecimiento de su Reino. Eso es lo que Nuestro Señor Jesucristo nos ha enseñado como prioridad de los anhelos expresados en oración a nuestro Padre que está el lo cielos. Veamos: "Vosotros, pues, oraréis así: Padre nuestro que estás en los cielos, santificado sea tu nombre. Venga tu reino. Hágase tu voluntad, como en el cielo, así también en la tierra" (Mateo 6:9,10). Pero aquellos que anhelan un mundo de justicia son unos pocos. No obstante, a estos pocos El Señor los llama bienaventurados. Y la razón que los llame bienaventurados es porque El saciará a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia; no de una justicia cualquiera, sino de la justicia perfecta, de la justicia de Dios. 
Pero se preguntarán cual es plan de Dios para saciar a todos aquellos que tienen hambre y sed de justicia. Bueno, ese plan se llama El Reino de los Cielos. 
El establecimiento del reino de los cielos es el establecimiento de la justicia de Dios en este mundo. Así que, si usted desea ser saciado de la justicia perfecta de Dios, usted necesita el reino de los cielos estableciéndose en su vida y en este mundo. Y aunque son pocos los que activamente están buscando con anhelo el establecimiento del Reino de los Cielos, ese profundo anhelo de justicia late en los corazones humanos desde milenios, ya que la justicia es una necesidad ancestral del alma del ser humano, dado que es parte esencial del diseño de Dios para nuestra vida. Y aunque ciertamente hay quienes viven sin ese sentimiento de necesidad de justicia, solo se debe  al hecho de que a ellos les ha tocado lo mejor de este mundo. Los pocos que en este mundo no anhelan un mundo mas justo, son aquellos que, amparados a la injusticia, reinan con ella explotando y abusando de los muchos. En cambio, son millones de seres humanos que viven los crueles embates de la injusticia, y es en ellos en quienes  late un profundo anhelo de un mundo mejor donde la justicia reine. Y es el reino de los cielos ese mundo mejor donde reinará la perfecta justicia de Dios. Pero aunque son unos pocos los que no viven los embates de la injusticia, y son los mas quienes si son víctimas del imperio de la injusticia, sin embargo, todos somos, en un grado mayor o menor, participante de la injusticia. Pues no solo los que disfrutan de las ventajas de este mundo hacen injusticia, sino que también quienes son víctimas de la injusticia son también victimarios de otros en muchos de sus actos, pues la injusticia se ha instalado no solo externamente, sino que lo ha hecho en el corazón de los individuos; y ya sean ricos o pobres, patronos o empleados, padres o hijos, todos participamos al actuar con injusticia en muchos de nuestros actos para con los demás. Así que el problema del imperio o reino de la injusticia no es una cuestión de tipos de sociedades o tipos de gobiernos que nos rigen, sino que es algo más que eso. Hay quienes han pretendido, y pretenden aún, erradicar el problema de la injusticia a través de tratar de establecer diferentes formas de gobiernos. Es así como algunos propugnan por el capitalismo, y otros por el socialismo; otros optan por el comunismo, y otros por la democracia; otros proponen que gobiernen los ricos, y otros que gobiernen los pobres; otros proponen que gobiernen los blancos, y otros que gobiernen los negros.  Otros se levantan en guerras, hacen revoluciones armadas, cambian las ideologías, pero todo sigue mas o menos igual. Pues el problema de la injusticia no es un asunto de ideologías, sino que ésta es un estado del corazón humano. Debemos entender que la injusticia se ha instalado reinante en el mundo por casa del pecado del los seres humanos. Como consecuencia de ello, la muerte, el dolor la amargura y el sufrimiento reinan en el mundo. Y mientras la injusticia siga reinando en el mundo, seremos llevados por los dolores del quebranto a seguir subyugados al imperio de la muerte en todas sus manifestaciones y formas. Pero, qué podemos hacer para revertir ese oscuro panorama de nuestro mundo. Bueno, primeramente debemos entender que el establecimiento de la justicia no es cuestión de encontrar formas de gobernar lo exterior, sino de establecer un nuevo orden en el corazón humano, donde una nueva identidad pueda nacer en su interior, dando paso a un nuevo régimen interior que gobierne benévolamente el corazón. Y eso, solo es posible con el establecimiento del reino de los cielos, primeramente en el corazón, de donde luego, a través de sus acciones para con sus semejantes, se irá estableciendo en su entorno social y físico. De cómo esto es posible, hablaremos a continuación.
EL REINO DE LOS CIELOS SE HA ACERCADO
Como ya dijimos, el hombre se ha alejado de Dios, saliéndose de sus propósitos ha caído en las garras crueles del imperio de la injusticia, la cual no se debe a alguna forma de gobierno o tipo de ideología, sino que es una condición del corazón humano. Esa condición del corazón requiere una transformación interior que haga posible el establecimiento de un nuevo orden donde una nueva identidad nazca en su interior, la cual sea capaz de gobernar benévolamente el corazón. Pero para que esto sea posible, es necesario que antes seamos convencidos en nuestro interior de que nuestro alejamiento de Dios es la causa de nuestra penosa condición de injusticia. Es necesario que nos demos cuenta que nuestra soberbia de creer que somos suficientes para gobernarnos bien sin Dios es la causa de nuestras mayores desgracias. Es necesario darnos cuenta en nuestra conciencia que hemos cometido un grave pecado delante de Dios al pensar y actuar de esa manera. Concordante con esto, Dios nos manda a arrepentirnos de nuestros pecados como una forma preliminar que de paso al establecimiento de su reino en cada uno de nosotros. Sin duda, Dios quiere establecer su reino en nosotros. El ha venido estableciendo todo un plan para que eso sea posible, y ese plan es transformar al hombre injusto en un hombre justo.  Pero como el pecado es la causa de toda injusticia, entonces Dios debe erradicar el pecado del corazón del hombre para poderlo tornar a la justicia. ¿Cómo es esto posible? Creando un nuevo hombre: Un hombre justo que cumpla con los requerimientos de Dios, el cual pueda someterse a la perfecta voluntad de Dios; un hombre en el cual Dios gobierne por entero; un hombre que sea capaz de engendrar una nueva simiente, una nueva generación de hombres y mujeres conforme al corazón de Dios, rendidos a su voluntad, rendidos a su gobierno, en los cuales El pueda reinar y establecer su reino a través de ellos. Ese nuevo hombre ya fue creado, su nombre es Jesucristo. 
Ciertamente el reino de los cielos se ha acercado a los hombres, y la materialización de ese acercamiento del reino de los cielos a los hombres es Cristo Jesús. EL JUSTO es uno de los nombres que las sagradas escrituras asignan a Jesús. Precisamente, es Cristo Jesús la respuesta de Dios al problema de la injusticia en el mundo y en el corazón de los seres humanos. La Palabra de Dios nos dice que Cristo nos ha sido hecho justicia de Dios en nosotros. De cómo esto es posible hablaremos a continuación.

CRISTO ES LA MATERIALIZACIÓN REAL DEL REINO DE LOS CIELOS
La voluntad de Dios es sacar al hombre de la esclavitud y la tiranía de la injusticia; Dios quiere que toda persona en este mundo sea libre de la abrumadora carga de la injusticia, que cual sofocante desierto, ahoga las aspiraciones y anhelos más profundos del hombre de vivir una vida libre de amarguras y quebranto de espíritu que nos asedian como consecuencia del pecado que reina en este mundo a través de la injusticia. Dios quiere que tengamos tiempos de refrigerio. Pero para acceder a esos tiempos de refrigerio debemos ser consecuentes con la voluntad de Dios para con nosotros.  Dios manda que para que esos bienaventurados tiempos de refrigerio sean derramados sobre nosotros, primeramente debamos arrepentirnos de nuestros pecados y convertirnos a Dios. Su Palabra nos exhorta diciendo: “Arrepentíos y convertíos al Señor para que vengan sobre vosotros tiempos de refrigerios” Es por ello que el primer mensaje de exhortación que nos hace Cristo para poder entrar al reino de los cielos es éste: “Arrepentíos porque el reino de los cielos se ha acercado” Por ello decimos que la cercanía del reino de los cielos demanda arrepentimiento como condición previa para poder entrar en ese reino de los cielos que Dios está trayendo a los hombres. Pero esta demanda de arrepentimiento no es un asunto superficial, sino que es el profundo estado de conciencia de nuestro pecado de desobediencia a Dios en el que nos damos cuenta que necesitamos volvernos de todo corazón a Dios para que Él nos transforme a su propia imagen y semejanza, despojándonos de nuestra naturaleza pecaminosa para evistirnos de una nueva naturaleza conforme a sus designios y buena voluntad. Esto es a lo que el Señor Jesucristo llama nacer de nuevo. 
Si entendemos que el reino de los cielos es el reino de Dios, debemos entender que no podemos entrar en ese reino con nuestra naturaleza pecaminosa que es una naturaleza mortal. Dios dice que Él no es Dios de muertos sino Dios de vivos. Pero tal vez usted se pregunte que quiero decir con esas palabras. Lo siguiente: En nuestra vieja naturaleza sin Dios, El nos considera muertos en delitos y pecados, es decir, que aunque estamos vivos para el pecado, sin embargo, estamos muertos para con Dios. Por lo cual, siendo Dios un Dios de vivos, no puede ser nuestro Dios a causa de estar muertos en nuestros delitos y pecados. Y es por ello que necesitamos tener de nuevo vida para que Dios sea de nuevo nuestro Dios, y que de este modo tengamos la potestad dada por Dios de entrar en su reino, el cual se ha acercado a nosotros a través de Cristo Jesús. Es por ello que Cristo le dice a un maestro de la ley llamado Nicodémo: “Te es necesario nacer de nuevo para poder ver el reino de los cielos”  

ES NECESARIO NACER DE NUEVO PARA PODER ENTRAR EN REINO DE LOS CIELOS
Todos aquellos que aspiramos a ser ciudadanos del reino de los cielos, de ese reino que se ha acercado a nosotros y se ha materializado en Cristo Jesús, debemos entender que para ello resulta imprescindible el tener una nueva naturaleza. Jesús deja muy bien sentado este principio espiritual al decirle a Nicodemo lo siguiente: “Te es necesario nacer de nuevo para ver el reino de los cielos” Y también le dice: “Te es necesario nacer de nuevo para poder entrar en el reino de los cielos” Pero, ¿Cómo podemos nacer de nuevo? ¿Y qué significa nacer de nuevo? De nuevo, es Jesucristo la respuesta de Dios. Pero para poder entender lo dicho por Jesús, es necesario entender algunas escrituras, entre las cuales, en el evangelio según san Juan, está una de las mas esclarecedoras. Allí, en el capítulo uno, dice: “A los que le recibieron (a Cristo) les dio la potestad de ser hechos hijos de Dios. Los cuales no son engendrados de varón ni por voluntad de varón, sino de Dios” Así que nacer de nuevo solo es posible arrepintiéndonos de nuestros pecados (de nuestra vieja naturaleza) y recibiendo a Cristo en nuestro corazón. Es así como la naturaleza de Dios se engendra en nuestro interior produciendo la nueva naturaleza o nuevo nacimiento. Pero siendo éste un hecho espiritual, solo es posible entenderlo espiritualmente, ya que es El Espíritu de Dios, quien, luego de recibir a Jesucristo en el corazón, engendra en nosotros la nueva naturaleza venida de la esencia de Dios mismo. Y esto es posible solo posterior al arrepentimiento por la fe en Jesucristo. Lo cual hace posible el ser limpiados de pecados para que el Espíritu de Dios venga a nuestro corazón a engendrar la nueva vida de Dios en nosotros. Antes de esto es imposible esa obra del Espíritu de Dios en nuestro interior, por cuanto nuestra naturaleza muerta en delitos y pecados hace imposible la habitación del Espíritu de Dios en nosotros por ser Dios un Dios de vivos y no de muertos. Por eso dice la Palabra de Dios: “Y a vosotros, estando muertos en delitos y pecados, os dio vida juntamente con Cristo” Así que, si usted quiere entrar en el reino de los cielos y ser parte de sus manifestaciones, deberá nacer de nuevo antes de poder ver y entrar en ese maravilloso reino de los cielos que se ha acercado a nosotros a través de Cristo Jesús. Solo así le serán otorgados esos tiempos de refrigerios que Dios Ha preparado para derramar sobre aquellos que han escogido arrepentirse de sus pecados y convertirse a Dios para poder entrar en el reino de los cielos.

Hay quienes piensan que por otros medios pueden tener acceso al reino de los cielos que se ha hecho cercano a nosotros. Pero debemos entender que solo hacer la voluntad de Dios nos hace dignos del reino de los cielos. Y esa voluntad de Dios para nosotros es que podamos conocer a Cristo Jesús, lo cual implica arrepentirnos de nuestros pecados y recibir a Cristo Jesús para tener íntima comunión con El. Pues eso es lo que significa recibir a Cristo. Tener íntima comunión con El y recibir su doctrina como una guianza a través del Espíritu de Dios que viene a nuestro interior como consecuencia de haber sido limpiados de todo pecado, y en razón de haber sido hechos hijos de Dios. En este respecto, la Palabra de Dios dice: “Y a causa de haber sido hechos hijos, Dios envió su Espíritu a vuestros corazones”. Dios, pues, queriendo introducirnos a su reino lo ha hecho cercano a nosotros en la persona de su Hijo Jesucristo; pero siendo un Dios de vivos y no de muertos, ha tenido que darnos vida en Cristo Jesús para que podamos entrar en su reino. Conservar esa vida que se nos ha dado la potestad de tener a causa de haber sido hechos hijos de Dios en el nuevo nacimiento, es tener comunión íntima con Cristo Jesús y con nuestro Padre Celestial a través del conocimiento del Padre y del Hijo por la habitación del Espíritu de Dios en nuestro corazón. Cristo dice que esa es la vida verdadera que ha sido engendrada en nosotros los creyentes. Veamos: “Y ésta es la vida: Que te conozcan a ti, oh Padre, y a Jesucristo, a quien tú enviaste” Pero ese conocimiento no es un conocimiento en el intelecto humano, sino que es un conocimiento en la experiencia íntima de la comunión en El Espíritu Santo. El apóstol Juan lo dice así en una de sus cartas: “Y nuestra comunión verdadera es con El Espíritu” Y para poder tener esa clase de conocimiento que se obtiene únicamente a través de la comunión en El ESPÍRITU DE DIOS es necesario nacer de nuevo como hijos de Dios por su buena voluntad a través de la fe en Cristo Jesús.

SE NECESITA UNA JUSTICIA MAYOR QUE LA DE LOS RELIGIOSOS PARA PODER ENTRAR EN EL REINO DE LOS CIELOS
Hay quienes por sus esfuerzos en cumplir con ritos y con los mandamientos de la ley de Dios se consideran dignos de ser admitidos en el reino de los cielos. Desde la antigüedad hay quienes tienen  esa creencia, que a la luz de la palabra de Dios, resulta errada. La palabra de Dios deja clara y contundentemente sentado que no hay forma de ganar por mérito de obras humanas la justicia que nos haga dignos de entrar al reino de los cielos. Jesús dejó patentemente aclarada esta verdad en las siguientes palabras: “Si vuestra justicia no es mayor que la de los fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” Esa declaración de Cristo nos deja desconcertados a cerca de cómo sea posible entrar en el reino de los cielos con semejante condición de tener tan grande justicia. Pues cuando entendemos cómo eran los fariseos, los cuales eran en extremo celosos del cumplimiento de todos los ritos y requerimientos de la ley de Dios, nos damos cuenta que resulta sumamente difícil de igualar la justicia de ellos, y llega a resultar impensable el que podamos superar la justicia de los fariseos, al grado de que nuestra justicia sea mayor que la de ellos. Y cuando pensamos en la advertencia de Cristo que nos dice que para tener entrada en el reino de los cielos, nuestra justicia debe ser mayor que la de gente altamente religiosa y celosa del cumplimiento de los mandamientos de Dios, ello nos lleva a pensar que por nuestros esfuerzos en cumplir los mandamientos de Dios no podemos entrar en el reino de los cielos, y que debe haber otra forma de entrar en ese maravilloso reino de los cielos, que no sea la de las obras. Y entonces nos preguntamos: ¿Cómo obtener esta justicia mayor que la de los fariseos, la cual nos haga dignos del reino de los cielos? Y de nuevo, la respuesta se haya en  Cristo Jesús: Como ya dijimos, Cristo nos fue hecho justicia de Dios por nosotros. De tal manera que esa justicia mayor que la de los fariseos o fervorosos religiosos de cualquier edad, solo es posible de hayar en Cristo Jesús, quien fue declarado el Justo por excelencia. Y ello nos lleva a plantearnos la pregunta: ¿Y yo, como me hago acreedor de la justicia de Cristo? Pues bien, eso es posible a través del plan de Dios para nuestra salvación y perdón de nuestros pecados. Esa respuesta se llama fe. Es la fe en Jesucristo el Hijo de Dios lo único que hace posible que la perfección de la justicia de Cristo nos sea imputada a nosotros. En la carta a los romanos, el apóstol Pablo nos dice lo siguiente: “Justificados, pues, por la fe, tenemos paz para con Dios, por medio de nuestro Señor Jesucristo, en quien tenemos acceso a esta gracia en la cual nos gloriamos” A esto es lo que Dios llama Gracia, pues sin haber obrado por el esfuerzo nuestro, El nos declara justos por la fe en su Hijo Jesucristo. Y lo más hermoso de esto es que esta justicia, al ser la perfecta justicia de Cristo, es mayor que la justicia de los fariseos, y mayor que la justicia de cualquier otro religioso de cualquier época o edad por mas celoso que puedan ser en el cumplimiento de las cargas de la ley. ¡Eso es la gracia de Dios¡ Y es maravilloso ver cómo el plan de Dios provisto para nosotros los que creemos en Cristo Jesús, es que la justicia que nos es gratuitamente imputada por la fe en Cristo es mayor que las rigurosas obras de la religión que se esfuerza en vivir tratando de cumplir la ley y los ritos. Cuando el apóstol Pablo les escribe a los romanos, les recuerda esta hermosa y bienaventurada verdad: que la justicia que es por la fe en Cristo Jesús es mayor que todas las obras de la ley. Así pues, como para entrar al reino de los cielos se necesita una justicia mayor que la de los fariseos, la cual nos haga dignos del reino, y como la justicia de Cristo es la única que es mayor que toda otra justicia, y como por la bendita gracia de Dios, esa justicia nos es imputada por la fe en Cristo Jesús, debemos convertirnos a Dios a través de la fe en Jesús para tener amplia entrada en el reino de los Cielos. Como podemos ver, Cristo es El que nos hace dignos de entrar en el reino de los cielos. Por lo cual, si usted quiere entrar en el reino de los cielos, debe creer en Cristo Jesús y recibirle en su corazón.
Podemos ver pues, que es en la persona de Cristo que el reino de los cielos se ha acercado a los hombres. Cristo no solo es la materialización del reino de los cielos acercándose a los hombres, sino que es él la puerta y única entrada de nuevo a ese maravilloso reino de los cielos. Cualquier otra forma de acceder a ese reino es ineficaz e inútil. Dicho de otro modo, no hay ninguna otra entrada al reino de los cielos que se ha acercado a los hombres que no sea la conversión a Jesucristo. Nuestro regreso a Dios el Padre de quien nos hemos alejado, solo es Cristo Jesús. Concordando con eso, Cristo nos dice: "Jesús le dijo: Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie viene al Padre, sino por mí" (Juan 14:6).   Por ello, si usted desea entrar a ese maravilloso reino de los cielos, usted debe creer en Cristo Jesús y recibirle en su corazón para que pueda entrar por la única puerta del reino. Y a partir de esa decisión, usted debe caminar en el único camino que nos lleva de regreso a Dios de quien nos habíamos alejado. Esa decisión implica poner a Dios reinando en nuestra vida; significa vivir de acuerdo a a su voluntad. Y puede ser que las implicaciones de la frase "vivir de acuerdo a su voluntad" le asuste, pero si eso pasa, solo se debe al hecho mismo de desconocer la genuina voluntad de Dios para su vida; ya que es posible que las concepciones falsas que la cultura religiosa haya implantado sean las que usted tiene a cerca de la voluntad de Dios. Pero la voluntad de Dios para el ser humano nunca fue mala, desagradable, ni mucho menos imperfecta. Muy por el contrario, la palabra de Dios nos dice a cerca de la voluntad de Dios, que ella es buena, agradable y perfecta. Veamos el texto bíblico: "No os conforméis a este siglo, sino transformaos por medio de la renovación de vuestro entendimiento, para que comprobéis cuál sea la buena voluntad de Dios, agradable y perfecta" (Romanos 12:2). Según nos deja ver claramente este texto, la idea falsa de que la voluntad de Dios para el ser humano es desagradable o imperfecta, se debe al hecho de que el entendimiento que el ser humano tiene de la voluntad de Dios está formada por un entendimiento moldeado por el mundo, y que ese entendimiento no corresponde a la realidad. Es por ello que el escritor bíblico nos recomienda desechar el entendimiento que este mundo nos ha moldeado, y que seamos transformados en nuestro entendimiento, porque solo así llegaremos al correcto entendimiento la verdadera cualidad de la voluntad de Dios para nuestra vida, la cual es: Buena, agradable y perfecta. Y si observamos bien el texto antes citado, nos daremos cuenta que que el escritor bíblico nos dice que si nuestro entendimiento es renovado, ello nos dará la posibilidad de comprobar la cualidad benigna de la voluntad de Dios.

LA BÚSQUEDA DEL REINO DE LOS CIELOS DEBE SER LA MAYOR PRIORIDAD DEL CREYENTE

Ciertamente el reino de los cielos se ha acercado a nosotros, pero no por ello todos pueden entrar en ese reino. Y pienso que una gran parte de la gente de este mundo desea tener entrada en el reino de los cielos, pero no basta con tener deseos de entrar a este reino de los cielos, no basta con adquirir un lenguaje que te acerque o te haga parecerte a un creyente verdadero. Puede que algunos adopten lenguajes y actitudes de gente creyente, pero ello nos les dará acceso al reino de Dios. Jesús dice: “No todo el que me dice Señor Señor, entrará al reino de los cielos, sino aquel que hace la voluntad de mi Padre” Y como ya vimos, la voluntad de Dios es que nos arrepintamos de nuestros pecados y que creamos en Cristo Jesús. Pero la voluntad de Dios, es además, que hagamos de la búsqueda del reino de los cielos y su justicia, la cosa mas prioritaria de nuestra vida. Esta demanda de la voluntad de Dios para el creyente es una de las cosas que mas reñida está con nuestro estilo de vida. Ciertamente la vida moderna demanda mucho de nuestro tiempo y energías, y puede que ello sea la excusa perfecta para que aquellos que se han empezado a acercar a Dios digan que no pueden hacer del reino de Dios y su justicia la cosa mas prioritaria de sus vidas, pues tienen largas jornadas de trabajo que además de ello, tienen largos desplazamientos hasta sus lugares de trabajo, y que tienen que hacerle frente a las agotaras tares y responsabilidades del hogar; pero eso no quita la demanda de Dios, quien nos exhorta a buscar prioritariamente su reino y su justicia. Pero cómo resolver eso, siendo que la realidad de la vida moderna nos consume el tiempo. Pienso que la búsqueda del reino de los cielos y su justicia de modo prioritario, no es una cuestión de tiempo, sino de actitud, pasión y enfoque. Pues también en la antigüedad la gente trabajaba largas jornadas, y Jesús no desconocía eso. Es más, muy seguramente él mismo participó de largas jornadas laborales ayudándole a su padre terrenal en las labores de carpintería. Por ello pienso que Cristo no se esta refiriendo a una exclusividad de tiempo dedicado a la búsqueda del reino de Dios, sino a un enfoque y actitud correctas hacia éste en cualquiera de las actividades que desempeñemos en nuestro diario vivir; Sea en las labores hogareñas y familiares, o sea en las labores profesionales y ocupacionales del trabajo remunerado, o en cualquier otro tiempo, espacio y labor, nuestro enfoque debe ser la prioridad del reino de los cielos. Y eso lo podemos lograr al hacer que el Señorío de Cristo prevalezca en todas nuestras actividades. Dios ha pensado en eso, por lo cual nos fija una forma de cumplirlo. El apóstol Pablo lo define así: “Y todo lo que hiciéreis, sea de palabra o de hecho, hacedlo como para el Señor. De tal manera que al obrar de esta forma en nuestro diario vivir en todas nuestras actividades, estaremos enfocados en darle el señorío sobre nuestras vidas a Cristo, lo cual nos haría cumplir con el llamado del Señor, de hacer del reino de Dios y su justicia, lo mas prioritario de nuestras vidas. Ahora bien, es importante entender el cómo la búsqueda del reino de Dios y su justicia, como cosa prioritaria de nuestras vidas, se relaciona con los beneficios del reino de Dios en nosotros. Ya antes dijimos que al venir a estar cobijados dentro del reino de los cielos, una de las consecuencias benéficas es que Dios envía sobre nosotros tiempos de refrigerio. Pero una de las causas mas importantes de porqué el creyente no disfruta de ese refrigerio celestial, se debe al hecho de estar afanados con las cosas de este mundo; los afanes diarios de la vida natural nos roban las bendiciones del reino de Dios para nosotros. Cristo les hizo esta aclaración a sus discípulos. El les dijo algo que está vigente hasta el día de hoy. Esto es, que si no hacían del Señorío de Dios, algo permanente en sus obras, cualquiera otro ser o cosa que señoreara sobre ellos, les llevaría a ser infieles en su servicio a Dios, y como consecuencia, serían amargados con el afán del mundo. Esa carga del afán sigue robando al creyente el refrigerio del descanso de Dios sobre sus vidas. Pero el hombre no ha hecho caso a esta advertencia y ha dividido su servicio entre Dios y entre otros dioses, entre los cuales el señorío mas destacado y cruel es el del dios manmon, de lo cual Cristo les había advertido diciendo: “No podéis servir a dos señores, porque o amarás a uno y aborrecerás al otro, o apreciarás a uno y despreciarás al otro; no podéis servir a Dios y las riquezas” (esto es a manmon). Tristemente, el afán que genera el conseguir dinero para cubrir las necesidades básicas se ve sobredimensionado por el consumismo al que la vida moderna está llevando al ser humano. Y en esta loca carrera, nos hemos hechos sirvientes del dinero o las riquezas. Pero talves usted piense que es un error hablarle al pobre de ser esclavo de las riquezas siendo que es su condición de pobreza la que lo lleva a afanarse mas en conseguir lo básico para el sustento de él y los suyos. Pero es precisamente a ellos a los que con más énfasis les habla Cristo al respecto no hacerse esclavo sirviendo a las riquezas. Eso queda claro cuando Cristo dice: “No os afanéis por qué habéis de vestir, o por qué habéis de comer” Si notamos bien, esas palabras no se le dicen a los ricos, sino que generalmente se le dicen a aquellas personas de escasos recursos, las que por esa condición de escases, se ven obligados a pensar en la forma en que harán el día de mañana para suplir sus necesidades. Eso nos deja claro que Cristo dijo estas palabras a gente de cualquier condición económica, pero en especial a los obreros, o jornaleros como se les decía entonces


 


EL REINO DE LOS CIELOS ES DE LOS VALIENTES




EL REINO DE LOS CIELOS ES PODER


 


EL REINO DE LOS CIELOS ES JUSTICA


 


EL REINO DE LOS CIELOS ES PAZ


 


EL REINO DE LOS CIELOS ES GOZO


 


LA SEMILLA DEL REINO DE LOS CIELOS ES LA PALABRA DE DIOS


 


ESA SEMILLA DA FRUTO POR EL ENTENDIMIENTO


 


LA PALABRA DE DIOS TIENE EL PODER LATENTE DEL REINO DE LOS CIELOS


 


EL REINO DE LOS CIELOS ES ATRAPADO CUANDO SE VUELVE LO MAS VALIOSO EN NUESTRA VIDA.


 


EL REINO DE LOS CIELOS DEMANDA NUEVOS VESTIDOS


 


EL REINO DE LOS CIELOS DEMANDA TRABAJO DILIGENTE


 


EL REINO DE LOS CIELOS DEMANDA SERVICIO


 


GRATITUD Y SERVICIO SON LAS ACTITUDES DEL REINO


 

domingo, 27 de noviembre de 2011

Luz de Gozo en el Corazón


(Un sermón de Charles Spurgeon)

"Deléitate en Jehovah, y él te concederá los anhelos de tu corazón." Salmo 37:4 (RVA)
Hay dos enseñanzas en este texto que seguramente son muy sorprendentes para quienes no están familiarizados con la vida de piedad. Para los creyentes sinceros, estas maravillas son hechos reconocidos, pero para el mundo incrédulo parecen asuntos muy extraños.

En primer lugar, la vida del creyente es descrita aquí como un deleite en el Señor. Así se nos confirma la gran verdad de Dios, que la religión verdadera rebosa de gozo y de felicidad. Los hombres impíos y los que simplemente profesan con los labios, no ven nunca a la religión como algo lleno de deleite. Para ellos la religión es únicamente servicio, deber o necesidad; no puede ser placentera ni deleitable.

¿Por qué tienen que ir a la Casa del Señor? ¿No es debido a una costumbre que evitarían de buen grado si pudieran? ¿Por qué siguen las ordenanzas de la Iglesia? ¿Acaso no es por una esperanza farisaica de acumular méritos o por un temor supersticioso? ¿Cuántos no ven a la religión como un amuleto que permite escapar de las enfermedades, o como un mal menor que ofrece una vía de escape al temible juicio? Para ellos el servicio es siempre monótono y la adoración produce fatiga. Pregunta a quienes pertenecen al mundo su opinión acerca de la religión: a pesar de que practican sus ritos externos, consideran que todo es deprimente y aburrido: "¡qué pesado es todo eso!"

Aman la religión del mismo modo que el burro ama su trabajo, o el caballo el látigo, o el prisionero sus trabajos forzados. Exigen sermones cortos y sería mejor si no se predicara ninguno. Con cuánta alegría no reducirían las horas del domingo. Ciertamente ellos preferirían que el Día de Señor se guardase una vez al mes. La necesidad gravosa de costumbres piadosas pesa sobre ellos como el tributo que paga una provincia conquistada. Desarrollan su práctica de la religión de la misma manera que pagan sus impuestos o las cuotas de una autopista: lo hacen por costumbre.

No saben lo que es una ofrenda voluntaria ni tampoco pueden entender el amor lleno de gozo que produce la comunión de los santos. Sirven a Dios de la manera que Caín lo hizo, quien trajo su ofrenda, es cierto, pero la trajo tardíamente; la trajo porque era costumbre de familia y no iba a permitir que su hermano lo superara; la trajo del fruto común de la tierra y con un sombrío corazón sin amor. Los Caínes de hoy ofrecen las ofrendas que se ven forzados a traer, y no mezclan la fe en la sangre de Jesús con lo que traen. Vienen como con pies de plomo a la Casa de Dios, y se van tan rápidamente como si tuvieran pies de plumas. Sirven a Dios, pero lo hacen porque esperan obtener algún beneficio o porque no se atreven a no servirle. El pensamiento del deleite en la religión es tan extraño para la mayoría de los hombres, que en su vocabulario no existen dos palabras más distantes entre sí que "santidad" y "deleite."

Ah, pero los creyentes que conocen a Cristo entienden que el deleite y la fe están casados de tan bendita manera que las puertas del infierno no pueden prevalecer para divorciarlos. Los que aman a Dios con todo su corazón, encuentran que Sus caminos son caminos agradables y Sus vías son de paz. Los santos descubren en su Señor tal gozo, tales desbordantes deleites, tal sobreabundante bendición, que lejos de servirle por costumbre, quieren seguirle aunque el mundo entero rechace Su nombre como algo pernicioso. El temor de Dios no es compulsión. Nuestra fe no es una cadena. Nuestra profesión no es una prisión. No somos arrastrados a la santidad, ni forzados a cumplir con el deber. No, señores, nuestra religión es nuestro recreo. Nuestra esperanza es nuestra felicidad, nuestro deber es nuestro deleite.

Sé que siempre circulará una calumnia en contra de la religión de Cristo que afirma que vuelve infelices a los hombres. Pero nunca ha habido un mayor malentendido, una falsedad más vil para maldición del mundo. ¡Debido a que no podemos actuar irresponsablemente, ni pecar descaradamente, ni presumir como siervos del pecado, ustedes piensan que somos infelices! Ah, señores, bien está escrito: "El extraño no se entremeterá en su alegría." El secreto del Señor está con aquellos que le temen y su gozo no puede ser arrebatado por nadie. Déjenme recordarles, sin embargo, que las agua mansas corren más profundas. El arroyo que murmura sobre las rocas se seca en el verano. Pero el río que corre profundo fluye rápidamente, venga sequía o calor, aunque en su superficie se deslice plácidamente entre los prados.

Nosotros no proclamamos en voz alta nuestros gozos como ustedes divulgan sus diversiones, porque no necesitamos hacerlo. Nuestros gozos se conocen de igual manera en el silencio como en medio de estimulante compañía. No necesitamos de sus relaciones para alegrarnos, ni mucho menos de las variadas distracciones que les dan completa felicidad. No necesitamos la copa, ni la fiesta, ni violines, ni danza, para alegrarnos; ni el toro de engorde ni la bodega repleta de vinos, para sentirnos ricos. Nuestra felicidad no está en la criaturas pasajeras sino en el eterno e inmutable Creador. Sé que a pesar de todo lo que digamos, esta calumnia va a sobrevivir generación tras generación: que el pueblo de Dios es un pueblo desdichado.

Pero permitan que tranquilicemos al menos nuestras conciencias por la preocupación que sentimos por ustedes y que ustedes queden sin excusa si no creen. Ciertamente tenemos gozo. Ciertamente nos deleitamos y no intercambiaríamos ni una onza de nuestros deleites por toneladas de los deleites de ustedes. No cambiaríamos algunas gotas de nuestro gozo por todos los ríos de sus deleites. Nuestros gozos ni son artificiales ni están pintados, sino que son sólidas realidades. Los nuestros, son gozos que podremos llevar con nosotros a nuestra cama en el polvo silencioso; gozos que dormirán con nosotros en la tumba y con nosotros despertarán en la eternidad; gozos a los que podremos mirar de nuevo y vivir en retrospectiva; gozos que podemos anticipar y conocer aquí y luego en la eternidad.

Nuestros gozos no son burbujas que sólo resplandecen y se revientan. No son manzanas de Sodoma que se convierten en cenizas en nuestra mano. ¡Nuestros deleites tienen sustancia, son reales, verdaderos, sólidos, duraderos, eternos! ¿Qué más diré? Saquen de sus mentes ese error. El deleite y la verdadera religión están tan unidos como la raíz y la flor; son tan indivisibles como la verdad y la eternidad. Son, de hecho, dos preciosas joyas engarzadas la una junto a la otra en la misma montura de oro.

Pero hay también en nuestro texto algo muy sorprendente para los mundanos, aunque se trata de una maravilla que entienden fácilmente los cristianos. El texto dice: "Y él te concederá los anhelos de tu corazón." El mundano dice: "yo creía que la religión era solamente abnegación; nunca me imaginé que al amar a Dios podíamos cumplir nuestros deseos. Yo pensé que la piedad consistía en matar, destruir y suprimir nuestros deseos." ¿Acaso la religión de la mayoría de los hombres no consiste en una visible abstinencia de pecados que son amados en secreto? La piedad negativa es muy común en esta época. La mayoría de los hombres suponen que nuestra religión está conformada por cosas que no debemos hacer, más que por placeres que podemos disfrutar.

No debemos ir al teatro. No debemos cantar canciones, ni trabajar los Domingos, ni decir groserías, etcétera. No debemos hacer esto, no debemos hacer aquello. Y suponen que somos una categoría de personas huraña y miserable que, sin duda alguna, hacemos en privado lo que nos privamos de hacer en público.

Bien, es cierto que la religión es autonegación. También es igualmente cierto que no es autonegación. Los cristianos tienen dos identidades. Está el viejo yo y en él ciertamente hay que negar la carne con sus afectos y concupiscencias. Pero hay también un nuevo yo. Hay un espíritu nacido de nuevo, el nuevo hombre en Cristo. Y, queridos hermanos, nuestra religión no exige ninguna autonegación de ese nuevo yo. No, dejamos que tenga libre desarrollo en cuanto a sus anhelos y deseos. Puesto que todo lo que pueda desear, todo lo que pueda anhelar, todo lo que quiera gozar, lo puede obtener sin peligro alguno.

Cuando alguien dice: "mi religión contiene algunas cosas que debo de hacer y otras que no debo de hacer", yo le respondo: "la mía contiene cosas que amo hacer y también comprende cosas que odio y menosprecio." Mi religión no tiene cadenas; yo soy libre como el hombre más libre. El que teme a Dios y es un verdadero siervo de Dios, no tiene cadenas que le aprisionen. Puede vivir como quiera, pues quiere vivir como debe. Puede ver colmados sus deseos, pues sus deseos son santos, celestiales, divinos. Puede seguir sus anhelos y deseos hasta el límite de su posible realización y obtener todo eso que anhela y desea, puesto que Dios le ha dado la promesa y Dios le dará el cumplimiento de ella.

Pero no se queden con la idea de que no queremos mover un dedo porque hay avisos de Prohibido en nuestro camino. Y no piensen que no vamos por allí, a la derecha, o por allá a la izquierda, porque no nos atrevemos. Oh, señores, no lo haríamos si pudiéramos. No querríamos hacerlo aunque la Ley fuese cambiada. No compartiríamos sus placeres aunque pudiéramos. Aunque pudiéramos ir al cielo viviendo como viven los pecadores, no elegiríamos ni sus caminos ni su conversación. Sería un infierno para nosotros si fuéramos obligados a pecar, aun si el pecado no recibiera ningún castigo. Aunque pudiéramos participar en sus borracheras, y si pudiésemos compartir sus concupiscencias, ¡oh ustedes impíos!, si pudiéramos disfrutar de su júbilo y de su gozo, no los querríamos.

No nos estamos negando a nosotros mismos cuando renunciamos a estas cosas. Despreciamos el júbilo de ustedes. Sentimos abominación por él y lo pisoteamos. Un pájaro dijo a un pez una vez : "no puedo entender cómo es que tú vives todo el tiempo en el elemento frío. Yo no podría vivir allí. Debe de ser un sacrificio continuo para ti no volar hacia los árboles. Mira cómo yo me remonto a las alturas." "Ah, dijo el pez, no es un sacrificio para mí vivir aquí, es mi elemento. Nunca he aspirado a volar, eso no es para mí. Si fuera sacado de mi elemento me moriría a menos que me regresaran de inmediato y, cuanto antes, mejor."

Así el creyente siente que Dios es su elemento natural. Él no trata de escapar de su Dios, ni de la voluntad ni del servicio de su Señor. Y si por un algún tiempo fuese apartado, cuanto antes pudiese regresar sería mejor. Si cae en malas compañías se siente miserable y desdichado hasta que se libra nuevamente de ellas. ¿Acaso la paloma se niega a sí misma cuando no come carroña? No, ciertamente la paloma no se podría deleitar en la sangre, no querría alimentarse de ella aunque pudiera. Cuando un hombre ve una piara de cerdos bajo un roble deleitándose con sus bellotas y emitiendo gruñidos de satisfacción, ¿se niega a sí mismo cuando pasa de lejos y no comparte en la fiesta de los cerdos? No, de ninguna manera, él tiene mejor pan para comer en su casa, y el alimento de los cerdos no es ningún bocado exquisito para él. Así pasa con el creyente. Su religión es un asunto de deleite, y algo que le da satisfacción, y no tiene que negarse a sí mismo cuando evita algo y se aleja. Sus gustos han cambiado, sus deseos son otros. Él se deleita en su Dios, y gozoso recibe el anhelo de su corazón.

Todo esto nos ha servido a modo de introducción. Ahora vamos al texto mismo. Hay dos cosas muy claras en el texto. La primera es un precepto escrito sobre brillantes joyas, "Deléitate en Jehová." La segunda es una promesa mucho más preciosa que los rubíes, "y el te concederá los anhelos de tu corazón."

I. La primera parte es un PRECEPTO ESCRITO SOBRE BRILLANTES JOYAS. He agregado esas últimas palabras, porque la Ley de los Diez Mandamientos fue escrita sobre piedra, -tal vez duro granito-, en la que los hombres no podían encontrar mayor gozo. Pero esta ley del mandamiento, "Deléitate en Jehovah," no es una ley de piedra para ser escrita sobre tablas de granito. Contiene un precepto de centelleante brillantez, digno de escribirse sobre amatistas y perlas. "Deléitate en Jehovah."

Mis queridos hermanos, ¡cuando el deleite se convierte en deber, entonces, ciertamente, el deber es deleite! Cuando mi deber es ser feliz, cuando tengo el mandamiento expreso de ser feliz, entonces ciertamente, ¡debo ser un pecador si rechazo mis propios gozos y me aparto de mi propia bendición! ¡Oh, qué Dios tenemos, que hace que nuestro deber sea ser felices! ¡Qué Dios tan bondadoso, que valora como la obediencia más digna de su aceptación, la obediencia alegre dada con un corazón lleno de gozo! "Deléitate en Jehovah."

1. Ahora en primer lugar, ¿qué es este deleite? He estado meditando en la palabra "deleite" y no puedo explicarla. Ustedes saben que es una palabra única. Una palabra deleitosa. No puedo usar nada excepto la propia palabra para describirla. Si la miras, resplandece con luz, brilla como una estrella, más aún, como una constelación brillante, radiante con dulces influencias como las Pléyades. Es gozo, pero es más que eso, es gozo sobreabundante; es descanso, pero es un descanso tal que permite la máxima actividad de cada pasión del alma. ¡Deleite! Es júbilo sin frivolidad. ¡Deleite! Es paz, pero es más que eso: es paz celebrada con festividad, con banderitas colgando en todas las calles y toda la música tocando en el alma. ¡Deleite! ¿A qué podré compararla? Es una palabra extraviada que pertenece al lenguaje del Paraíso, y cuando las palabras santas del Edén volaron al cielo después de la caída, ésta se enredó en las tramas plateadas de la red de la primera promesa y fue retenida en la tierra para cantar en los oídos de los creyentes. ¿Dónde podré encontrar metáforas para definirla?

Puesto que lo humano me falla, déjenme buscar en medio de las criaturas sin pecado de Dios. Vamos junto al mar, a la hora de la marea baja, y en algunas partes de la costa verán un pequeño borde al extremo de las olas. Parece como una bruma, pero un examen más detenido revelará que son millones de pequeñísimos camaroncitos, saltando en todo tipo de posturas y formas en la ola que se retira, en una exhuberancia de júbilo y diversión. O en una tarde de verano miren a los mosquitos cómo danzan sin cansarse, ¡casi sin saber cómo poder divertirse más! O miren a las ovejas en el campo, ¡cómo saltan y brincan! Escuchen la canción matutina de los pájaros del aire, y nuevamente oigan sus deliciosas notas vespertinas; miren a los peces saltar en los arroyos, y escuchen el zumbido de los insectos en el aire, y todo esto puede dar débiles indicios de la luz del deleite.

Dirígete al cielo si quieres saber lo que significa el deleite. ¡Mira allí a los espíritus que tocan las cuerdas doradas con sus dedos! ¡Escucha sus voces, cuando con repiques de gozo desconocido a los oídos humanos cantan Al que les amó y les libró de sus pecados con su sangre! Míralos cómo guardan el Día del Señor eternamente en el gran templo del Dios viviente, y mira al trono, y mira, y mira y mira de nuevo, absorto en la gloria, beatificado en Jesús, lleno del cielo, desbordando sumo gozo. ¡Esto es deleite! Sé que no he podido describir la palabra. Tienen que tomar esa palabra y deletrearla letra por letra; y luego deben pedir al Señor que ponga en sus corazones un dulce marco mental, conformado por los siguientes ingredientes: un perfecto descanso de todo cuidado terrenal; una perfecta entrega de ustedes mismos en las manos de Dios; una intensa confianza en Su amor por ustedes; un amor divino hacia Él, de tal manera que estén dispuestos a ser cualquier cosa o a hacer cualquier cosa por Él; después, debe agregarse a todo esto, un gozo en Él; y cuando tengan todo esto, debe ponerse todo a hervir, y entonces tienen el deleite en el Señor su Dios. Matthew Henry dice: " el deseo es amor en acción, como un pájaro en pleno vuelo; el deleite es amor en descanso, como un pájaro en su nido." Tal es el significado de la palabra, y tal el deber prescrito. "Deléitate en Jehová."

2. En segundo lugar, ¿de dónde viene este deleite? El texto nos dice: "Deléitate en Jehová." Deléitate en Jehovah, en Su misma existencia. Que haya un Dios es motivo suficiente para hacer que el hombre más infeliz sea feliz si tiene fe. Las naciones se derrumban, las dinastías caen, los reinos se tambalean, qué importa, puesto que hay un Dios. El padre se ha ido a la tumba, la madre duerme en el polvo, la esposa se ha ido de nuestro lado, los hijos son arrebatados, pero hay un Dios. Solo esto basta para que sea un manantial de gozo para los verdaderos creyentes para siempre.

Deléitense también en su dominio. "¡Jehovah reina! ¡Regocíjese la tierra!." ¡Jehovah es Rey! Venga lo que venga, Él se sienta en el trono y gobierna bien todas las cosas. El Señor ha preparado su trono en los cielos y Su reino gobierna sobre todo. De pie en la carroza de la providencia, sostiene las riendas y guía a los veloces caballos de conformidad a su voluntad. Dios es exaltado por sobre los montes y por sobre las colinas: tiene influencia sobre todas las cosas, tanto sobre las cosas magníficas como sobre las minucias. ¡Alégrate mucho, oh hija de Sión, Jehovah es Rey eternamente y para siempre, aleluya, aleluya!

Cada atributo de Dios debe ser un rayo fresco en esta luz de sol llena de deleite. Para nosotros que conocemos nuestra insensatez, que Él sea sabio debe ser motivo de gozo. Para los que temblamos a causa de nuestra debilidad, que Él sea todopoderoso debe ser causa de regocijo. Que Él sea eterno debe ser siempre el tema de nuestra música, cuando nos damos cuenta que somos hierba y nos secamos como la hierba verde. Que Él sea inmutable debe darnos una canción, pues nosotros cambiamos cada hora y no somos los mismos por mucho rato. Que Él esté lleno de gracia, que desborde gracia y que en el pacto, Él nos haya dado esta gracia, que sea nuestra, nuestra para limpiarnos, nuestra para guardarnos, nuestra para santificarnos, nuestra para perfeccionarnos, nuestra para llevarnos a la gloria, todo esto debería impulsarnos a deleitarnos en Él.

Oh creyentes, ustedes están hoy junto a un río muy profundo; a lo mejor ya se han metido en ese río hasta los tobillos y conocen un poco de sus corrientes claras, dulces, celestiales. Pero más adelante la profundidad es mayor y la corriente es más deleitosa aún. ¡Ven y lánzate en ese río! ¡Ahora sumérgete en el mar sin límites de la Divinidad! Piérdete en su inmensidad; deja que Sus atributos cubran toda tu debilidad y toda tu insensatez, y todas las otras cosas que te hacen gemir y que te deprimen. ¡Regocíjate en Él, aunque no puedas regocijarte en ti mismo! Triunfa en el Dios de Israel, aunque en ti mismo exista una razón para desesperar.

El cristiano siente también que puede deleitarse en todo lo que Dios ha hecho en el pasado. Esos Salmos que terminan con: ¡Porque para siempre es su misericordia!, donde encontramos divisiones tales como estas: 'Og, el Rey de Basán: ¡Porque para siempre es su misericordia! Sejón, el rey amorreo: ¡Porque para siempre es su misericordia!' Todas estas repeticiones nos muestran que el pueblo de Dios, en tiempos antiguos, estaba habituado a pensar mucho en las acciones de Dios, de tal forma que no las amontonaba en el lomo de un solo versículo, sino que las dividía, con el objeto de tener un cántico para cada una de ellas. ¡Por tanto el pueblo de Dios debe recordar las obras del Señor! Debe contar sus hechos poderosos. Debe cantar: "Tu diestra, oh Jehovah, ha quebrantado al enemigo;" "Jehovah es un guerrero. ¡Jehovah es su nombre!;" "¡Cantaré a Jehovah, pues se ha enaltecido grandemente!" Debe continuar recordando sus obras, hasta llegar a las obras de la gracia en su propio corazón; y al llegar a este punto, debe cantar con mayor dulzura que antes. No debe dejar de cantar, ya que debido a que nuevas misericordias fluyen hacia ellos cada día, cada día debe elevarse una alabanza, y cada noche debe ser un testigo de Su gracia. "Deléitate en Jehovah."

Si todo eso que ya he mencionado no fuera suficiente, podríamos deleitarnos en todo lo que Dios realizará: en todos los triunfos espléndidos que todavía tiene que lograr; en todas las glorias de los últimos días; en los esplendores de Su trono, cuando todos los ejércitos de Dios se encuentren por fin; en Su triunfo sobre la muerte y el infierno, y en Su victoria final sobre el pecado, cuando haga que toda la tierra se llene con Su alabanza.

Oh, hermanos míos, el tiempo no nos alcanzaría, la eternidad podría no ser suficiente, ciertamente, para hacer una lista de todos los diferentes puntos del santo deleite que los creyentes pueden encontrar en el Señor su Dios, cuando se encuentran en un marco mental que es espiritual. Deben deleitarse en Dios Padre, en su eterno amor por ustedes cuando no había nada amable en ustedes; en la elección de sus almas, en la justificación de ustedes en Cristo, en entregar a Su unigénito Hijo para redimirlos del infierno. Deben deleitarse en Jesús, deben:


"Decir lo que Su brazo ha hecho,
Qué despojos de la muerte obtuvo;
Cantar únicamente a Su amado nombre,
¡Digno es el Cordero!

Deben deleitarse en Dios Espíritu Santo, en Sus operaciones que dan vida, en Sus iluminaciones, en sus consolaciones, en la fortaleza que les da, en la sabiduría que les imparte, en la fidelidad con que les cuida, y en la certidumbre que al final les va a perfeccionar, para ser dignos de participar de la herencia de los santos en la luz. Y podríamos tomar aquí ramificaciones que llevan a miles de temas. Deléitense en Dios como su padre, como su amigo, como su ayudador. Deléitense ustedes en Jesucristo como su hermano, como su prometido, como su pastor, como su todo en todo. Deléitense en Cristo en todos Sus oficios, como profeta, sacerdote, y rey. Triunfen en Él, porque mirra, áloe y casia exhalan todas Sus vestiduras. Deléitense en Cristo, en Su gloria y en Su humillación, en Su cruz y en Su corona, en Su pesebre y en Su triunfo eterno, en Quien llevó cautiva a la cautividad. Deléitense en el Espíritu Santo, en todos Sus varios tratos con las mentes de los hombres. Deléitense en Pentecostés y en los muchos Pentecostés que todavía vendrán. Y. . . , pero mejor concluimos. ¿Qué más podríamos decir? Seguramente podríamos hablar sin parar. Deléitate en Jehovah, ese grandioso tema lleno de gozo y sin fronteras, y deléitate en Él para siempre.

3. Ahora surge otra pregunta. ¿Cuándo debe practicarse este deleite? "Deléitate en Jehovah." Los preceptos que no tienen límite de tiempo son para observancia perpetua. Mi texto no dice: "Deléitate en Jehovah ocasionalmente, o a veces," sino siempre.

Hay dos ocasiones en las que es difícil deleitarse en Dios, y por lo tanto voy a mencionarlas. Es difícil deleitarse en Dios cuando todo nos sale bien. "Oh," te oigo decir, "no puedo entender eso; ese es el tiempo cuando más me deleito en Dios." Hermano, me temo que ese es el tiempo en que menos te deleitas en Dios. "Bueno, pero cuando estoy rodeado de comodidades, cuando la providencia me sonríe, entonces me puedo deleitar en Dios." ¡Alto ahí! ¿Estás seguro de eso? ¿No es posible que a menudo estás deleitándote en sus misericordias más que en Él? ¿Deleitándote en la criatura más que en el Creador? Me temo, hermanos míos, que los tiempos de mayor tentación son los días en que el sol brilla para nosotros. Muy bien podemos orar: "En todo tiempo de riqueza, líbranos Señor." Nos parecemos un poco a la esposa insensata que, cuando recibe de su esposo joyas y anillos, se inclina a amar las joyas más que a su esposo. Hemos conocido a muchos creyentes que han recibido gracias y misericordias, y han tenido grandes privilegios, y han venido a gloriarse más en las misericordias y en los privilegios que en su Dios. Cuando la bodega de vinos se encuentra rebosante, es difícil amar a Dios más que a los viñedos; cuando se tiene una cosecha abundante, es muy difícil pensar más en Dios que en las gavillas; cuando te vas volviendo más rico es difícil decir aun: "este no es mi tesoro." Los tesoros de la tierra ensucian nuestros vestidos a menos que cuidemos nuestros corazones: nuestra alma se pega al polvo y el polvo no es propicio para la devoción. Oh, presta atención, creyente rico, y deléitate en Dios; no en tus ranchos ni en tus terrenos, en tus jardines ni en tus casas, tus departamentos ni tus bienes raíces; pues si te deleitas en estas cosas, tu oro y tu plata se corrompen y la polilla destruye tus vestidos, y la plaga pronto vendrá sobre tu herencia. Di: "Estas cosas no son mi porción." "Jehovah es mi porción", ha dicho mi alma.

Otra circunstancia en la que es difícil deleitarse en Dios, aunque no tan difícil como en la primera: es cuando todo nos sale mal. Entonces podemos tener la tendencia a decir con el viejo Jacob: "¡Contra mí son todas estas cosas!" Cuán noble oportunidad dejó escapar Job, cuando vinieron siervo tras siervo a decirle que todo se había perdido, cuando estaba sentado en medio de las cenizas y tomaba un pedazo de tiesto para rascarse con él. Si se hubiera puesto de pie para decir: "Ciertamente me has alegrado, oh Jehovah, con tus hechos, grito de gozo por las obras de tus manos" qué triunfo de fe habría conseguido. Si hubiera podido ser ese tipo de hombre de fe para con Dios, Job habría sido el carácter más espléndido que tendríamos en todas las Santas Escrituras. En realidad, fue muy lejos cuando dijo: "He aquí, aunque él me mate, en él he de esperar." Vemos allí hablando a un hombre a quien Dios había hecho poderoso. Pero si hubiera podido deleitarse más en Dios cuando estaba cubierto de llagas y las ampollas se le reventaban, eso habría sido casi sobrehumano. Pienso que puedo decir que eso habría sido equivalente a todo lo que la gracia puede realizar en un hombre.

Sin embargo, cuán a menudo he observado que los creyentes se gozan en Dios más prontamente en medio de las aflicciones que cuando gozan de prosperidad. He visto al hisopo crecer en el Líbano, y he visto al cedro crecer sobre la pared. He visto a grandes santos donde había poca misericordia; y he visto a santos desperdiciados allí donde había grandes bendiciones providenciales. Los pájaros de Dios cantan mejor en jaulas, y la alabanza a Dios suena mejor en la boca del horno de la aflicción que en la cima del monte de la comunión. Me parece a mí que estamos constituidos de tal manera, que a menos que Dios no tense las cuerdas de nuestro corazón con dolor y aflicción, nunca emitiremos una dulce melodía para Él. Es difícil, es muy difícil que un hombre diga cuando todo sostén terrenal ya ha cedido, que aunque la higuera no florezca ni en las vides haya fruto, aunque falle el producto del olivo y los campos no produzcan alimento, aunque se acaben las ovejas del redil y no haya vacas en los establos; con todo eso que diga: yo me alegraré en Jehovah y me gozaré en el Dios de mi salvación. Sin embargo, por gracia, en todo momento debemos deleitarnos en Dios.

Entonces escucho una voz que dice: "¿Pero cuándo debe sentirse miserable el cristiano?" ¡Nunca, hermano, nunca! "¿Pero ni siquiera algunas veces?" No; si cumple con su deber. "¿Pero no debe un santo estar abatido algunas veces?" Los santos se abaten, pero no deberían estarlo. "Bueno, pero muchos de los santos de Dios están llenos de dudas y temores." Sé que es así, y es lamentable que suceda. " Pero algunos de los hijos de Dios guardan luto toda su vida." Por su propia culpa, pues el Señor no les ha pedido eso. Las Escrituras nos enseñan: "¡Regocijaos en el Señor siempre!" dice el Apóstol: "Otra vez os lo digo: ¡Regocijaos!" "Pero, ¿acaso no hay momentos en los que nos podemos entregar a nuestra vena melancólica y cultivar la tristeza?" Bueno si lo haces así, verás que pronto crece. Dios trata a sus hijos a menudo como sé que algunos padres tratan con sus hijos; si sus hijos oran pidiendo aflicciones las tendrán hasta que comiencen a pedir con diez veces más ganas que los libre de ellas. Si el pueblo de Dios no clama por nada, pronto tendrá algo por lo cual clamar. Si quiere agregar miseria a su vida, pronto verá muchas miserias sumadas a la suya. Pero en cuanto a la promesa y en cuanto al precepto, es la responsabilidad constante y el trabajo diario, cada hora, del verdadero creyente, deleitarse en el Señor su Dios.

Antes de dejar este punto, respondo otra pregunta. ¿Por qué es tan raro deleitarse en Dios? ¿Por qué se ve a tantos cristianos deprimidos? ¿Por qué hay tantos cristianos que dudan? ¿Por qué vemos también a tantas personas cuya religión más bien parece un yugo, un yugo muy pesado por cierto? Me temo que se debe a que por un lado hay poca religión genuina y por el otro hay muy poca religión de tonos profundos, en lo poco que hay de genuino. ¡No me sorprende que sea infeliz el hombre que tiene una religión que no es del corazón! Habrán visto gente con perros de ciertas razas que no gustan del agua, y si los meten al agua, ¡con qué prontitud salen de ella! Pero hay perros de otras razas, que nadan horas y horas, y se deleitan en ello. Así, entonces, hay hombres que profesan ser cristianos pero que son reconocidos hipócritas por el hecho que su religión está en contra de su voluntad. Han sido llevados a la religión, y desean salirse pronto. Pero el verdadero cristiano se entrega a su religión con ardor y deleite, por la Gracia Divina. La ama, se deleita en ella. Una de las mejores pruebas para discernir entre un hipócrita y un verdadero cristiano, es esta: Job dice del hipócrita: "¿Se deleitará en el Todopoderoso?" No, el hipócrita estará a disgusto. El hipócrita será infeliz. El hipócrita se tornará tan miserable como lo puede ser alguien, llegado su momento. Nunca pudo, y nunca puede, y nunca podrá deleitarse en Dios como regla.

Puede experimentar cierto gozo en las circunstancias externas, pues aun Herodes escuchaba con agrado a Juan. Pero eso es sólo un espasmo. Sólo el verdadero creyente puede tener una constante y permanente satisfacción y deleite en el servicio y el amor de Dios. Esta es una evidencia tan segura e infalible, que si alguno de ustedes se deleita en Dios, yo concluyo sin ninguna duda, que su alma se ha salvado. Pero si por otro lado alguno de ustedes no experimenta ningún deleite en Dios, de ningún tipo, yo dudaría que haya conocido a Dios, pues de haberlo conocido debería experimentar algún grado de deleite en Él.

"¿Pero, de qué sirve este deleite?" podría preguntar alguien. "¿Por qué los cristianos deben ser personas alegres?" Pues es bueno en todos los sentidos. Es bueno para nuestro Dios. Cuando nosotros somos felices, damos honor a Dios. También es bueno para nosotros. Eso nos fortalece. "No os entristezcáis, porque el gozo de Jehovah es vuestra fortaleza." Es bueno para los impíos. Porque cuando ven que los cristianos se alegran, ansían ser creyentes ellos también. Es bueno para nuestros hermanos cristianos. Los consuela y les levanta el ánimo. Si por el contrario, nos vemos deprimidos, propagaremos la enfermedad y otros estarán infelices y deprimidos también. Por todas estas razones y por muchas más que podrían argumentarse, es una cosa buena y placentera que un creyente se deleite en Dios.

II. Ahora voy a referirme al segundo punto del tema, brevemente. "Y él te concederá los anhelos de tu corazón." AQUÍ TENEMOS UNA PROMESA MÁS PRECIOSA QUE LOS RUBÍES. ¿Qué conexión hay entre la primera parte del texto, "Deléitate en Jehovah" y la segunda, "Y él te concederá los anhelos de tu corazón"? Hay esta conexión: los que se deleitan en Jehovah califican para que se cumpla en ellos la promesa. Están calificados, en primer lugar, en cuanto a sus deseos. No sería sensato que Dios cumpliera los deseos de los corazones de todo el mundo; sería más bien la ruina de ellos. Una de las mejores cosas que hace el Señor a favor de ciertos hombres es contenerlos y frustrarles el camino. Muchos hombres han llegado al cielo porque no les fueron cumplidos sus deseos, y, más bien, se habrían ido al infierno si se les hubieran cumplido. Los impíos tienen deseos que los llevarían al hoyo, y cuando rehúsa cumplirles sus deseos, es como si Él hubiera puesto cadenas y postes y barreras en el camino para evitar que fueran en "entrega inmediata" a su propia destrucción. El impío no está calificado para recibir la promesa, porque desea cosas que no dan gloria a Dios ni le benefician a él mismo. Pero cuando un hombre se deleita en Dios, entonces sus deseos son de naturaleza tal que Dios puede ser glorificado al cumplir sus deseos, y el hombre puede beneficiarse al recibir ese cumplimiento.

También, deleitarse en Dios califica al creyente no sólo para desear lo correcto, sino para usarlo en forma correcta. Si algunos hombres obtuvieran lo que desean sus corazones, harían un mal uso de lo que obtienen, a pesar de todo. Y así les ocurriría lo que pasó con los antiguos israelitas, que mientras aún tenían la carne en su boca, les vino la maldición de Dios. Pero el que se deleita en Dios, cualquier cosa que obtenga, la sabe utilizar muy bien. La gente dice que el uso es una segunda naturaleza. Hermanos míos, el abuso es la primera naturaleza. Abusar de las misericordias va más acorde con la naturaleza del hombre, que usarlas adecuadamente. Pero cuando el creyente se deleita en Dios, cualquier cosa que reciba de Dios la gastará adecuadamente. Esto no es un sacrificio para él, ni mucho menos un dios ante el cual se inclinará ni adorará.

Pero, por la gracia de Dios, el creyente convierte todo en un medio de servir mejor a Dios y deleitarse más en su Señor. Los ríos de los hombres del mundo corren en dirección opuesta al mar. En cambio los ríos de los hombres cristianos, corren hacia el mar. Si un hombre del mundo navega sobre el arroyo de sus misericordias, se aleja más y más de Dios y se convierte más y más en un idólatra. Pero cuando el cristiano recibe misericordias, navega cada vez más cerca de su Dios. Y así sus misericordias se convierten en autopistas que conducen al Trono del mismo Dios.

"Sin embargo," alguien se preguntará, "¿cuáles son esos deseos que nos serán concedidos con seguridad?" Ahora, hermanos míos, debemos identificar a los que se deleitan en Dios, y estoy seguro que el radio de acción de sus deseos es bastante limitado. Si tuviera el deseo de mi Dios hoy, no es mucho decir que no hay cosa terrenal que yo pudiera desear ya que: "Todo lo he recibido y tengo abundancia." Si el Apóstol Pablo se encontrara aquí, quien no poseía nada, y a menudo se encontraba sin ropa, y pobre, y miserable; estoy persuadido que si viera cumplido su deseo, diría: "No hay nada que deseo, absolutamente nada sobre la tierra, pues he aprendido a contentarme con lo que tengo."

Pero si debo tener algún deseo, hermanos míos, sé lo que desearía. Desearía ser perfecto, ser libre de todo pecado, de toda imperfección, de mi yo, de toda tentación, de toda forma de amor al mundo y de todo cuidado de cualquier tipo que sea contrario a la Palabra de Dios. ¿Acaso no es ese el deseo de los que se deleitan en Dios? ¿Acaso no exclamarían ustedes, si un ángel se pusiera frente a ustedes en el lugar en que se encuentren, acaso no dirían: "Si me permites, quiero ser perfectamente libre hasta del nombre del pecado y de la naturaleza del pecado, y de su culpa y de su poder?"

Tu deseo se verá cumplido; el Señor te dará el cumplimiento del deseo de tu corazón. Pero oigo que alguien comenta: "Si pudiera ver mi deseo cumplido sería que yo pudiera vivir más cerca de Cristo. Deseo tener una comunión más constante con Él. Anhelo conocerle a Él y el poder de Su resurrección, ser hecho semejante a Él en Su muerte." Hermano mío, me uno a tu deseo. Estoy seguro que si te ofrecieran diez reinos por un lado, y esta comunión con Cristo por el otro, ¿me equivoco acaso cuando digo que preferirías tener comunión con Cristo a todos esos reinos? Pues bien, el Señor te concederá los anhelos de tu corazón. Solamente deléitate en Jehovah.

Alguien más dice: "si yo pudiera ver cumplido mi deseo, quisiera tener todas esas cosas pero además quisiera poder ser útil todo el tiempo." Ah, ¡ser útil! ¿Cuántos hombres no viven como la rana de Belzoni en las pirámides de Egipto, que estuvo allí durante dos mil años? Y qué hizo todo ese tiempo sino dormir a ratos y a ratos estar despierta. De la misma manera algunos hombres viven sin hacer nada. Muchos de ustedes dirán: "Si mi deseo fuera concedido, me gustaría ser útil. Ganar coronas para Cristo, salvar almas para Él , traer al redil ovejas perdidas." Hermanos y hermanas, deléitense en el Señor y Él les concederá sus anhelos. Tal vez no exactamente de la forma que ustedes lo expresarían. Tal vez no puedan servir en la esfera en que ustedes aspiran, pero sin duda serán de utilidad de la manera que Dios quiere y en la medida que Él quiere.

Sin embargo, debo agregar una cosa. Tengo un deseo, que si lo pudiera compartir, sabiendo que me será concedido, sería este anhelo que todos ustedes se conviertan. Madres y padres, ¿acaso no dicen ustedes: "El anhelo de mi corazón es que mis hijos se salven, no tengo mayor gozo que este, que mis hijos caminen en la Verdad de Dios?" Y yo como ministro les digo, mi más ferviente deseo, mi más caro anhelo, el deseo más elevado que conozco, el que mi alma siente con mayor intensidad, y que espera alcanzar con más ganas, una meta grande y altruista, es que pueda presentar a cada uno de ustedes perfecto ante Dios al final. No sólo para ser inocente de su sangre, lo que en sí mismo es grande, sino para tenerlos junto a mí cuando diga: " Aquí estoy, Señor, y a los hijos que me diste para Cristo."

Oh, a ustedes, miembros de esta iglesia, les pido que oren para que su ministro se deleite en Dios, para que así Él le conceda el anhelo de su corazón. Y les pido que ustedes también que se deleiten en Dios, para que cuando vengan a Dios en oración y oren por esta congregación, puedan tener seguridad que Él les concederá los anhelos de su corazón, porque se han deleitado en Él. Cuando Martín Lutero caminaba por las calles, los que le veían susurraban: "Ahí viene un hombre que obtiene todo lo que le pide a Dios." Se preguntarán: ¿Por qué? Simplemente porque Lutero se deleitaba en Dios. Si tuviéramos hombres de esa talla en esta congregación y en esta iglesia, que amaran al Señor y se deleitaran en Él, ¡qué efecto no tendrían sus oraciones!

Estos son los hombres que poseen las llaves del cielo, y de la muerte y del infierno. Todos estos son los hombres que pueden abrir el Cielo o cerrarlo, hacer que llueva o que no llueva. La iglesia de Roma pretende que ella tiene las llaves. ¡Pero la Iglesia de Cristo tiene las llaves sin pretender tenerlas y estas llaves cuelgan del cinturón de los hombres que se deleitan en Dios! Mediante sus oraciones, ustedes pueden conseguir tales lluvias del Espíritu sobre la Iglesia Cristiana, que el desierto se regocijará y florecerá como una rosa. Y si dejan de deleitarse en Dios pueden cerrar al Cielo mismo, de tal manera que no descienda la lluvia y la Iglesia entera se vuelva estéril y otra vez sin frutos.

Recapitulando. Fíjense bien en esto, esto es lo único en lo que se puede deleitar un hombre y ver cumplidos sus deseos. Hay un hombre que se deleita en el dinero, pero no obtiene su deseo. Obtiene su dinero, pero nunca alcanza la satisfacción que esperaba. Hace unos pocos días leíamos en el periódico acerca de alguien que tenía un éxito notable en su profesión, pero que recientemente había intentado suicidarse bajo la preocupación que iba a perder todo a causa de la guerra en Estados Unidos. Recordamos también en esta gran ciudad (Londres) a uno de los más grandes comerciantes que cuando murió tenía una fortuna mayor a tres millones de libras esterlinas -en esa cantidad fueron valuadas sus propiedades- quien en la última etapa de su vida se había acostumbrado a recibir el mismo salario que su jardinero y estaba convencido que debía de morir en un asilo. (Nota: su insatisfacción en las alturas lo hacía buscar en el valle).

Había recibido todo lo que un hombre podría desear, y dinero en abundancia, pero no vio cumplido el deseo de su corazón. Se había deleitado en su oro, pero no recibió el deseo de su corazón. Así hemos conocido a hombres que se han deleitado en la fama, y cuando la han tenido, habrían hecho cualquier cosa para liberarse de ella. Han sido grandes estadistas, o valerosos guerreros, y han alcanzado gran renombre. Pero habiendo obtenido toda la fama y habiendo llegado a su pináculo, no encontraron lo que ellos esperaban y han dicho: "Hubiera preferido vivir en la oscuridad, porque tal vez así hubiera encontrado alguna satisfacción."

Y miren a muchos entre ustedes mismos. Cuando eran aprendices, el deseo de su corazón era llegar a ser maestros en su profesión. Pues bien, cuando llegaron a dominar su profesión, ¿qué pasó? Querían especializarse, y luego poder independizarse. Bueno, lo hicieron y prosperaron. ¿Han visto cumplido el anhelo de su corazón? ¡Oh, no! Ése se ha adelantado un poco más. Ahora, esperan hasta poder educar a su gran familia y después cuando sus hijos se hayan independizado, buscarán una residencia en los suburbios donde se puedan retirar y pasar cómodamente el resto de sus días.

Y algunos de ustedes poseen su casa de campo y han concluido sus actividades productivas. ¿Se les ha concedido el anhelo de su corazón? Bien, pues no es así. Hay algo que todavía desean. Ah, sí, obtener el deseo del corazón de un hombre es como perseguir a un fantasma. Está aquí y allí y en todas partes; en un momento está sobre una colina y al ratito está allá abajo en el valle. Saltas sobre él pero ahora ya está sobre la siguiente colina allá, y en la que sigue, y tu búsqueda es inútil. En este mundo la satisfacción es como el diamante que el necio ve colocado al pie del arco iris. Corre para tomarlo pero conforme avanza, el arco iris se aleja para mantener siempre la misma distancia, y nunca puede encontrar lo que esperaba. Si quieres tener el deseo de tu corazón, deléitate en tu Dios. Dale tu amor. Dale tu corazón. Lánzate a lo profundo del arroyo y tendrás todo lo que pudieras desear. El deseo de tu corazón en todo su alcance te será concedido.

¿Hay alguien entre mis lectores que no se puede deleitar en Dios? No puedes. No puedes. ¿No puedes? Tú dices: "¿Cómo me puedo deleitar en Dios? Él está enojado conmigo." Tienes razón, no puedes. ¿Cómo puede deleitarse en Dios aquel cuyos pecados no han sido perdonados, sobre quien permanece en todo momento la ira de Dios? ¿Puede un hombre deleitarse ante un león rugiente o ante una osa en el campo a la que le han quitado sus crías? ¿Puede un hombre deleitarse en un fuego que consume? ¿Puede un hombre deleitarse ante la espada desnuda que busca traspasar su corazón? Dios es todo eso para ti mientras estés fuera de su gracia. ¿Cómo puedes entonces deleitarte en Dios?

Hay un paso que es necesario: cree en el Señor Jesucristo, y entonces te deleitarás en el Señor. Esto es, confía en que serás salvado por Cristo. Ve y ponte en las manos de Cristo para que tus pecados te sean quitados. Y cuando hayas confiado en Cristo, sabrás que tus pecados te son perdonados, que has sido reconciliado con Dios por la muerte de su Hijo. Y puedes seguir tu camino y deleitarte en Dios, pues la promesa es esta: tu deseo será cumplido.